A finales de los años ochenta y principios de los noventa, el barrio chino de Palma recibía auténticos desembarcos de jóvenes marines norteamericanos, ávidos de noches locas tras permanecer embarcados semanas y meses en la Sexta Flota. Los comerciantes los recibían eufóricos, al igual que los bares y los prostíbulos, que hacían su agosto con aquellos clientes que pagaban en dólares. Todo cambió para siempre un 17 de abril de 1991, cuando un marinero fue asesinado a puñaladas y nunca se esclareció el crimen. Esta es la crónica de una reyerta mortal que evidenció una 'amnesia' general en aquellas, por entonces, degradadas calles de Palma. La 'Ley del silencio'.
'El Kansas' o 'El Kentucky', entre otros, eran locales clásicos de la zona. Eran los años en los que la heroína hacía estragos en Palma y la Porta de Sant Antoni y las calles colindantes estaban tomadas por prostitutas y toxicómanos en busca de sus dosis. La mayoría de edificios languidecían y muchos eran utilizados como 'picaderos' improvisados o antros donde se inyectaban los yonkis.
Esa era la cara sórdida del barrio, pero había otra. Sus calles, por las noches, eran un bullicio de juerga permanente y los marines de EEUU que llegaban al puerto de Palma ya tenían apuntado en sus agendas que aquellas calles eran una parada obligatoria. Luego se añadió Magaluf, otro clásico del desenfreno, pero aquello no era lo mismo. El crimen que nos ocupa llegó de madrugada, durante una de aquellas sonadas juergas.
Ryer Brooten, de 22 años, y Terry Brooks, de casi su misma edad, habían salido de copas tras una larga estancia embarcados. Iban con otros marines y visitaron algunos tugurios del barrio, consumiendo y riendo. Nunca quedó muy claro que les pasó, pero la reconstrucción policial de los hechos apunta a que uno de ellos fue víctima de un robo. Iban bebidos y el ladrón pensó que se tratarían de unas víctimas fáciles, pero los dos amigos plantaron cara. Era marines adiestrados para luchar, así que se entabló una fiera trifulca, que finalizó cuando Ryer fue acuchillado en el pecho. Todo acabó en unos segundos.
Una llamada anónima (en aquella época solían utilizarse las cabinas telefónicas para no dejar rastro) alertó a la Policía Nacional de lo que estaba ocurriendo en el bar y cuando una patrulla llegó se encontró a Terry apoyado sobre la barra, herido. Había tenido más suerte que su compañero. Ryer yacía en el suelo del cuarto de baño, inerte. Le habían acuchillado y una de las puñaladas le había alcanzado en el pecho.
La reconstrucción de los hechos fue complicada, porque parecía que nadie recordaba haber visto a los dos marinos, que esa noche iban de paisano, para no llamar la atención. Varios sospechosos habituales de la zona fueron detenidos, pero quedaron en libertad por falta de pruebas inculpatorias. La policía se topó con un muro de 'amnesia colectiva': nadie había visto u oído nada. Los chivatos, tan habituales en la época, entendieron que con aquel asunto no se jugaba y nunca se supo quién asestó la puñaladas mortales a Ryer.
Se trató, en todo caso, de un punto de inflexión. Los marines nunca más desembarcaron masivamente en el barrio chino de Palma, que fue languideciendo poco a poco, entre los nuevos proyectos urbanísticos y la degradación progresiva. Muchos negocios perdieron ingentes cantidades de dinero por culpa de aquel crimen que nunca se esclareció. Incluso a día de hoy, los veteranos del lugar prefieren no comentar el tema: "Vete a saber quién fue, hace tanto de aquello". Cosas de la memoria, que falla.