«De repente cogieron del pelo a una chica para llevársela. Vi que cogían del cuello a un monitor del esplai y todo el mundo comenzó a gritarles que le soltaran, que le hacían daño. Otro agente comenzó a tirarnos espray de pimienta a muy poca distancia de la cara». Mireia Cavaller, la joven mallorquina detenida por la Guardia Urbana de Barcelona en una actuación bajo la lupa del Ajuntament por un posible abuso policial, recuerda lo ocurrido el pasado sábado. Tanto ella como sus compañeros, Rober y Mariona, menorquín y mallorquina, estaban en la plaza en la que el Esplai del Pi celebraba que había recibido una Medalla de Oro. Los tres llevan cuatro años en Barcelona y son monitores del grupo, dedicado a dinamizar el movimiento juvenil en Ciutat Vella.
«Era un día de fiesta que se hacía con las familias, luego había un bingo musical, música y conciertos», recuerdan. Tenían autorización municipal hasta las dos de la madrugada y, en ese momento había unas veinte personas en la plaza. Rober recuerda: «Estaba acabando la última canción y un guardia urbano nos dice que vale. Casi todos los monitores estábamos recogiendo los trastos. Hacíamos limpieza». No entienden por qué, en un momento dado un guardia comienza a grabar con una cámara. «Alguien le pregunta por qué y reacciona de manera hostil y comienzan a pedir identificaciones de manera arbitraria».
Un incidente con una chica hace que crezca la tensión. «Pasó a agresiones físicas. La tensión creció y empezaron a llegar refuerzos policiales, se desplegó un cordón y fue agresión tras agresión», señala Marina.
Mireia comenzó a sentirse mal: «Cuando vi que a Arnau (el otro detenido) le tenían por el cuello me dio un ataque de pánico. Me tuve que ir de allí y una amiga me acompañaba a casa. Me senté en el suelo un momento y, de pronto, un secreta vino. Me dijo que tenían imágenes mías pegándole a un policía y que me tenían que detener. Luego, a unos padres del esplai les dijeron que habían parado las grabaciones». Se la llevaron a un calabozo en Les Corts. Rober señala que intentaron explicar a los policías que necesitaba atención médica pero que ignoraron la advertencia. «Tres agentes nos dijeron que la llevaban al hospital clínico, algo que no era cierto. Nos preocupaba pero nos decían que estaba exagerando», añade.
Mireia asegura que lo peor empezó entonces, cuando fue trasladada al calabozo, donde pasó dos días hasta que pasó el lunes de esta semana a disposición judicial. «No podía parar de llorar y tenía ataques de ansiedad. Pedía ayuda médica y no me la querían dar». En la celda de al lado había un grupo de detenidos. «Me empezaron a decir guarradas, ven que te consuelo yo. Uno de los guardias me dijo luego que si no dejaba de llorar me metería en la celda con ellos». Rober intentó llevarle la medicación que toma habitualmente para la ansiedad. No se la dieron, denuncian. «Solo me daban diazepanes, me dieron más de los que podría tomar».
Los jóvenes no entienden la actuación policial. «No nos lo explicamos en absoluto. El mayor de los que estábamos allí tenía 23 años. Sin embargo, tampoco es un hecho aislado. La guardia urbana ha tenido actuaciones desproporcionadas contra otras entidades juveniles como en el Casal de Joves del Barri. No es algo aislado. Es algo contra el movimiento juvenil», reflexiona Rober. Los tres coinciden en una cosa: «No tiene sentido que el consejo de distrito nos de una medalla de oro por unanimidad y que luego hagan esto».
Mireia y su familia prevé presentar una denuncia contra los agentes de la Guardia Urbana que participaron en la intervención. Mientras, permanece imputada por un delito de atentado a la autoridad. El Ajuntament de Barcelona, a su vez, ha abierto una investigación interna para averiguar qué ocurrió.