La Audiencia Provincial de Álava ha condenado a ocho años de cárcel a un hombre que dio palizas de manera reiterada durante diez años a su pareja, a la que pegaba hasta dejar inconsciente y después reanimaba lanzándole cubos de agua para seguir con los golpes.
El tribunal considera al acusado autor de un delito de maltrato habitual, cuatro delitos de lesiones, un delito de amenazas en el ámbito de la violencia de género y de una falta continuada de vejaciones en el ámbito familiar.
Por todo ello lo condena a ocho años de cárcel, le prohíbe acercarse durante 14 años a su víctima, a la que debe dar 17.000 euros en concepto de daño moral y otros 3.000 euros como indemnización por las secuelas físicas.
Lo absuelve sin embargo del delito de agresión sexual continuada porque «no ha quedado acreditado que el acusado obligara a la mujer de forma casi diaria a mantener relaciones sexuales», según se recoge en la sentencia.
El tribunal considera probado que desde 2004, cuando ella se quedó embarazada, el hombre «comenzó a mostrar actitudes violentas», a dirigirle «insultos continuos» y a impedirle «relacionarse tanto con sus familiares como con sus amigos, lo que provocó el aislamiento» de la mujer.
La primera agresión física tuvo lugar a los cinco meses del embarazo, después de que la víctima quedara con una amiga. «Puta, has estado zorreando, cuántas pollas te habrás comido con tu amiga», le dijo antes de darle «una bofetada que impactó contra su oído». Hubo nuevos episodios violentos tras los cuales el acusado se disculpaba «si bien durante todo el embarazo eran continuos los insultos y menosprecios». Además, cuando nació la niña la acusaba de «no hacer nada en casa ni cuidar bien del bebé».
«La actitud del acusado continuó siendo de control, menosprecio y humillación» y las agresiones continuaron, incluso, cuando la madre de él visitó a la pareja durante unos seis meses en Vitoria aunque entonces el hombre «procuró ocultar las agresiones». En esa época, la víctima fue testigo de «una fuerte discusión» entre su marido y su suegra y «atemorizada» acudió a casa de su madre que intentó que no regresara con el acusado, pero lo hizo «por miedo a posibles represalias».
A partir de ese momento las agresiones se agravaron y pasaron a ser «puñetazos y patadas por todo el cuerpo». El acusado comenzó a golpearla «con palos de escoba y cinturones, al menos una vez a la semana, tras lo cual el acusado ya no se disculpaba», sino que le decía que «todo era por su culpa».
También era habitual, constata el tribunal, que él se colocara encima de su mujer, la inmovilizara y le diera bofetadas en la cara «hasta que perdía la consciencia, momento en el que el acusado le arrojaba cubos de agua, cerveza o coca cola, para que se espabilara, reanudando entonces los golpes».
En la fase final de la relación (2013) «las palizas se volvieron diarias y más salvajes» y en 2014, cuando el hombre se lesionó los nudillos al pegar a su mujer, comenzó a «utilizar de forma habitual el cinturón para golpearla , agresiones durante las cuales, antes de iniciar los golpes, arrastra la hebilla del cinturón contra el suelo de la vivienda, atemorizándola».
En este tiempo se quedó dos veces embarazada, pero decidió abortar, por lo que su marido la llamaba asesina delante de la hija de ambos, cuya mano «incluso utilizaba cuando estaba lesionado para golpear» a la mujer.
Como consecuencia de este maltrato habitual la víctima tiene «sensación de rendición y falta de esperanza, actitudes derrotistas y fatalistas, baja autoestima, molestias físicas, sintomatología ansioso depresiva, sentimientos de culpa y vergüenza», por lo que precisa tratamiento psicológico.