Pocos casos de desapariciones acumulan tantas incógnitas como el de Miquel Àngel Valls. El joven palmesano, de 20 años, salió a pasear la víspera de Reyes de 1998, sin dinero ni documentación, y fue visto cuando estaba a punto de volver a su casa, en la calle Pons i Gallarza. A unos 200 metros del domicilio familiar, algo o alguien le hizo cambiar de idea, y nunca regresó. Su familia sólo pide que su caso no se olvide y que la investigación, en fase de archivo, se reactive.
Andreu Valls, el padre, no pierde la esperanza, aunque cada año que pasa está más cansado: «Esta espera es una agonía», reconoce. Cuando su hijo desapareció trabajaba en un banco y ahora, ya jubilado, dedica sus horas a repasar los últimos días de Miquel Àngel, en busca de pistas o indicios que puedan arrojar luz sobre lo que pasó ese 5 de enero de 1998, el día más fatídico para la familia Valls-Marqués. «En este tiempo he sido abuelo y mi hijo se ha perdido todo eso. La verdad es que no estamos contentos con la investigación de la policía, porque creemos que se podría haber hecho más. Por aquel entonces, un inspector me dijo que en el Grupo de Homicidios eran tres investigadores y que, por tanto, no tenían tiempo para nada. Ahora las cosas han mejorado, pero Miquel Àngel sigue desaparecido», expone con tristeza el progenitor, de 61 años.
El joven palmesano era un zagal tímido, introvertido y amante de la música. No se relacionaba en exceso y tampoco daba quebraderos de cabeza ni a sus padres ni a sus tres hermanos. Un día antes de desaparecer, el 4 de enero, coincidió con un conocido en la entrada de la iglesia de La Encarnación. Ese individuo, mayor que él, había tenido un negocio cerca de su casa y, según supieron luego sus padres, se veía a veces con Miquel Àngel. Esa tarde, según contó él mismo a un primo, le ofreció un trabajo «turbio», que rechazó. Al día siguiente, a las 16.30 horas, el muchacho salió a pasear, y dejó una cinta de vídeo a punto para grabar.