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Valldemossa «vengó» el robo a la beata

La movilización popular permitió detener de noche a los fugitivos, que huyeron a la montaña tras robar en casa de la santa, en Valldemossa

Un policía local coloca de nuevo en el altar el «cepillo» que se forzo el pasado miércoles. Foto: ALEJANDRO SEPÚLVEDA.

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"«¿Sabe si hace falta algún camarero en prácticas?; es que busco trabajo».
El empleado del restaurante Ca'n Pedro de Valldemossa no podía ni imaginarse el miércoles por la noche que el muchacho que le hacía aquella pregunta era uno de los dos jóvenes «proscritos» que horas antes habían asaltado la casa de la Beateta, provocando la indignación popular.

Juan Manuel, de 17 años, y su hermano José Antonio, de 16, llegaron ese día por la mañana a Valldemossa y dejaron el Ford Orion que habían robado en Illetes aparcado frente a la avenida de los bares, a la entrada del pueblo. Los dos zagales, que ya habían protagonizado incidentes con la policía, iban acompañados de una mujer de 46 años, Rosa María del Carmen M.V., que presumiblemente les indujo a cometer aquella tropelía. El grupo se dirigió a pie hasta la calle Rectoría y uno de los hermanos y la fémina entraron en la capilla de sa beateta.

Evidentemente no querían orar y, sin demora, se pusieron manos a la obra. El muchacho se dirigió al pequeño altar y comenzó a forzar el cepillo de limosnas, un robusto mueble de madera de un metro de altura. Ya habían conseguido vaciar la urna cuando, de improviso, una vecina abrió las puertas de la capilla. Había pasado por delante de la venerada beateta y se extrañó de que el portón estuviera cerrado. Se trata de un templo de reducidas dimensiones que desde primera hora de la mañana tiene las puertas abiertas al público, y que es visitado por docenas de turistas y feligreses.

Aina Maria, la vecina, se encontró con el muchacho bajo el altar y con la mujer sentada en uno de los bancos laterales, en actitud más que sospechosa:
-«¿Qué hacéis?», les espetó.
-«Rezamos», contestó el ladrón, entre sorprendido e irónico.
Aina Maria, intuyendo lo que pasaba, les gritó que salieran del templo y la pareja inició una huida alocada, a la que se unió el tercer implicado. Arrollaron cincuenta metros a Juan, un policía local, y «perdieron» por el camino a Rosa María del Carmen, que fue detenida. Luego, se estrellaron con el coche robado y huyeron montaña a través. Los vecinos de Valldemossa apuntaban ayer, convencidos, el motivo que llevó a algunos de ellos a participar en la batida popular: «Enseguida se corrió la voz de que habían entrado en la casa de la beateta y fue algo que nos indignó; luego también supimos que habían arrastrado a un policía municipal y hubo mucha gente que se ofuscó», contó Joan, un residente de mediana edad.

«Que roben en la capilla de nuestra beateta ya es el colmo; ya no respetan nada», opinaron dos vecinas de la calle Rectoría que vivieron de cerca el incidente. La persecución duró más de una hora y participó Guardia Civil, Policía Local y una veintena de vecinos. Al caer la noche el dispositivo, discretamente, siguió en marcha y una llamada telefónica al taxista de la localidad puso en alerta al agente Antonio López, que esa noche estaba de guardia. Dos jóvenes que dijeron haber perdido el autobús se presentaron en el restaurante Can Pedro, exhaustos y sedientos.

Uno de ellos portaba una mochila y se bebieron un litro de agua y tres refrescos, además de «devorar» algunas bolsas de patatillas. El funcionario municipal se acercó con disimulo al negocio y comprobó que la descripción coincidía con la de los sospechosos huidos. Salió al exterior y avisó a sus compañeros y a la Guardia Civil. Juan Manuel y José Antonio lo detectaron y pasaron veinte minutos en el baño. Al final, ya sin salida, salieron a la calle y fueron detenidos. Eran las ocho y media de la tarde y no ofrecieron resistencia.

En la mochila se encontraron tres kilos en monedas del cepillo, un cuchillo y un destornillador. «El asunto estaba demasiado claro para que cupiera alguna duda», sentenció el policía López, uno de los «veteranos» de la localidad. «El problema -apuntó uno de los testigos de la detenciónfue que cualquier vecino que los viera por el pueblo podía denunciarlos. No sólo era una cuestión policial; habían ofendido a la Beateta y eso no se puede permitir».

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