Le avalan las seis décadas que lleva al frente de Mensajeros por la Paz y ha convertido la iglesia en algo más que un museo o lugar de culto: el padre Ángel abre las puertas de su parroquia para acoger a los más vulnerables. El martes 8 de noviembre, en la Fundació sa Nostra, compartirá su experiencia y hablará de su libro, Un mundo mejor es posible en el marco del Club Ultima Hora Valores.
Se cumplen 60 años de la ONG Mensajeros por la Paz. ¿Ha cambiado mucho el mundo desde entonces?
— El mundo es mucho mejor que hace 200 años, y mejor también que hace sesenta. No quiere decir que no haya una realidad con pobreza, soledad y desigualdad. Tenemos que dejar un mundo mejor para nuestros hijos y nietos.
Ahora vivimos un contexto de pospandemia, la guerra de Ucrania, la inflación, la vivienda inasequible, la precariedad... ¿Un mundo mejor es posible, como dice su libro?
— Sigue habiendo muchos niños que viven en la pobreza, cuyos padres no les pueden dar un vaso de leche caliente. Siempre hubo problemas. Pero hay que tener esperanza, alegría, hay problemas que somos capaces de superar. Lo importante es no tirar la toalla. Esta realidad existe pero todos estamos intentando, gobiernos, partidos políticos, ONG, empresarios y voluntarios, hacer un mundo mejor para aliviar la pobreza. Hay desigualdad pero todos estamos luchando para mejorar el mundo. Nadie lucha por un mundo peor.
Entonces, ¿hay esperanza?
— Nunca hubo tanta solidaridad y ayuda para los que lo están pasando mal. Ahí está la respuesta ante la pandemia o la guerra de Ucrania. Tenemos más familias acogedoras que personas que venían para acá. Estamos en un momento social con problemas pero con esperanza. Parecía que el mundo se terminara con la pandemia, pero ya existía la solidaridad. Pero con las dificultades vemos lo bueno y lo mejor de sí de los hermanos.
Tiene usted 85 años y lleva a cabo una labor ingente. ¿Ha pensado ya en jubilarse?
— Mientras tenga vida, siempre mantendré la ilusión de estar siempre activo. Debo estar cerca de los demás y por los que vienen detrás. Cuántos abuelos hay que tienen nietos que cuidar porque sus padres trabajan...
Ahora que menciona a los abuelos, llevan a cabo un gran trabajo en el cuidado de los nietos y la ayuda a sus familias.
— Los abuelos son un pilar fundamental de la sociedad. Los hemos tenido muy desatendidos después de lo mucho que han producido. Pero tienen aún mucho que ofrecer, como cariño y experiencias. Una sociedad con muchos abuelos es una sociedad rica en solidaridad. Los mayores, además de dinero, tienen muchos ahorros en su cabeza y en su corazón.
Por su ONG han pasado muchos niños y todo tipo de colectivos vulnerables durante estas seis décadas de actividad.
— Más de 40.000 menores y más de 20.000 mayores, además de mujeres en riesgo o con discapacidad, así como refugiados o inmigrantes cuyos países de origen están en conflicto. Desde que se fundara hace sesenta años Mensajeros por la Paz, muchas personas se han integrado en la sociedad, son buenas y han conseguido un título o un trabajo.
Los primeros niños que atendió ya deben tener su edad. ¿Aún le recuerdan o mantienen el contacto?
— Esos niños ya son abuelos y tienen un montón de experiencias. En Mensajeros por la Paz nunca hemos tenido exalumnos: tenemos familias dentro de nuestra familia. Se han ido pero siguen siendo de esa familia, porque siempre hemos querido tener la nuestra propia.
Uno de los grandes pilares de Mensajeros por la Paz es la legión de voluntarios.
— Es cierto. Reclamamos personas que sean positivas, voluntarios que quieran ayudar al que está falto de pan, de trabajo, de libertad y de sanidad. Aunque no haya para comer o para vivir, siempre que hay cariño se suaviza un poco el dolor. Estamos ayudando a las personas que lo pasan mal, para que no mueran solos en casa o en la cárcel. Es importante quererse. Con falta de cariño sobra el dinero y la salud.
Ahora que recalará en Palma, ¿va a llevar a cabo aquí alguno de sus proyectos?
— Vamos a impulsar la creación del Teléfono Dorado para atender a personas mayores que se sientan solas. Buscamos a voluntarios que escuchen a aquellos que no tienen a nadie que les llame. Hemos perdido la perspectiva del amor, del cariño y el abrazo. Los jóvenes lo dan por entendido, pero a los mayores es lo único que les queda. Cuantos abuelos me han dicho: Padre, hace tanto tiempo que no me llaman... Estamos llenos de riquezas terrenales pero falta la riqueza del amor.
En su trabajo humanitario cuenta con mucho apoyo de personas conocidas. ¿Es una ayuda para llegar a más personas?
— Tenemos que hacer llegar el mensaje y la paz con un ejército de voluntarios. Los ejércitos que destruyen están viejos, hay que construir con voluntarios. Y un país con un ejército de cooperantes es rico y sólido, tiene gente que comparte lo que tiene.