Los periodistas que seguimos la actividad política día tras día empezamos a notar ciertos cambios en el rostro de Pedro Sánchez cuando saltó a la palestra lo de su mujer. El asunto de su hermano le confirió alguna arruga más, el ceño más fruncido, la mirada más fría. Todo el revuelo del ‘caso Koldo’ que envolvió a su antigua mano derecha, José Luis Ábalos, forjó una expresión dura, un gesto crispado. El hachazo que le ha dado su ‘amigo’ Santos Cerdán ha terminado por convertirlo en algo que no era. Aquella gallardía, chulería casi, de la que hacía gala en cada cumbre europea, en cada viaje de Estado, sabiéndose guapo y alto y lo bien que le quedan los trajes, se ha esfumado.
En la reunión de la OTAN le hemos visto demacrado, con una visible pérdida de peso, muchas más canas, algo encogido y con la cara rota. A su alrededor se amontonan los asuntos turbios, pero no solo eso. Pedro Sánchez sufre una verdadera cruzada de acoso y derribo desde dentro y desde fuera. Hasta el mismísimo Trump se le ha enfrentado, con amenazas, señalándolo como un «problema». A sus espaldas apuntan infinidad de cuchillos afilados: ha subido el salario mínimo, por lo que tiene en contra a todo el empresariado; ha apostado con fuerza por las energías renovables, lo que le enemista con las grandes eléctricas; mantiene en pie el impuesto especial a los bancos, lo que le ha ganado el odio de la gran banca española. Poderosos enemigos. Y dentro el PSOE hace aguas. Desde su patética poltrona, el antaño omnipotente Felipe González le echa en cara las cosas que le diría a un rival o a un enemigo. Los hombres en los que confiaba le han traicionado. Dicen que solo aguantará hasta fin de año. Su cara no dice lo mismo.
Señora los tres "logros" que señala usted en su artículo son imposiciones de Sumar, no le atribuya nada a Sánchez salvo lo de que le quedaban bien los trajes y era, pasado, guapo.