Hace cuatro días volví de Senegal, de un viaje en misión humanitaria en el que por segundo año colaboramos desde el servicio SoliDar del Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (CESAG) con la ONG Hope and Progress, fundada por el cirujano pediátrico Carlos Bardají. Vueling y la hotelera Riu nos han dado apoyo logístico. Hemos ido a donar cinco incubadoras a un hospital y material sanitario y educativo a la Cruz Roja del mismo distrito, Mbour. El año pasado entregamos al hospital de Kolda otras cinco burbujas que pueden salvar fácilmente a neonatos prematuros desahuciados. Son incubadoras de bajo coste que fabrica la ONG Medicina Abierta al Mundo con la ayuda de alumnos de un centro de FP de Salesianos de Pamplona. El diseñador, el ingeniero Pablo Sánchez Bergasa, que ha sido galardonado este año con el Premio Princesa de Girona entre 450 candidaturas, nos acompañó entonces. Hope and Progress ha llevado ya 20 unidades al país. Y diversas entidades y particulares han ido donando dinero. En esta ocasión, Julio Marco, columnista de este diario, ha querido aportar mediante ventas de su libro a través de la empresa editora, Creative Best Services. Y desde el CESAG ya conseguimos una ambulancia, cedida por Quirónsalud Baleares, y Balearia la transportó hasta la Península. El Atlético Baleares y el CE Palmanyola nos han donado equipaciones.
La columna no iba de esto, aunque es una buena oportunidad para agradecer a las organizaciones y personas solidarias. El relato me ha llevado a una grata reflexión: qué buen resultado cuando cada uno va sumando un poco. Es una obligación moral ayudar a otros desde nuestra atalaya de confort, como hacen otras entidades y almas, entre ellas esa mujer que se llama Antonia Triguero y que parece que sus días tienen 40 horas. Desde el CESAG también hemos colaborado con ella en el pasado, con aportaciones para Siria cuando estalló la guerra. Y hemos montado otras campañas para ayudar a Ucrania y a los damnificados de la dana de Valencia. Es importante inculcar a los jóvenes la necesidad de involucrarse en la construcción de un mundo mejor, con más justicia social, más igualdad, más esperanza.
En Senegal, muchos jóvenes esperan para subir a un cayuco sin saber si alcanzarán vivos la costa de sus sueños. Los gobiernos tienen más obligación aún. Es urgente ayudar a los que no tienen, a los que sufren, a los desposeídos, a los perseguidos. No caben discursos racistas ni clasistas porque la humanidad debe estar por encima de todo. Hay que contribuir a la mejora de las condiciones de vida en el lugar de origen. La emigración es una tragedia porque nadie debería tener que abandonar su país, su familia, su entorno, sus raíces… para poder sobrevivir o aspirar a un progreso. Y menos arriesgando su vida. Y menos teniendo que pagar lo que no tienen a mafias que trafican con personas. A cualquiera se le debe congelar el cuerpo y el corazón con las noticias de los migrantes ahogados intentando llegar a costas de países desarrollados. Ahora, la realidad ha sido más cruel con las informaciones de varios cadáveres en aguas baleares, atados de pies y manos. Asesinatos que nadie resolverá porque no son ciudadanos ni turistas. Son migrantes sin nombre. Algunos olvidan que son humanos.
Migrantes y humanos
Ángeles Durán | Palma |