Creo que los españoles somos los ciudadanos del planeta que peor hablan de su propio país. A la mayoría nos la fifla la bandera, el himno, la Familia Real y cualquier símbolo que represente la identidad nacional. A muchos no solo nos la fifla, sino que además lo rechazamos de plano. Casi todo lo que significa este país nos da grima, vergüenza ajena (o propia) y esa indefinible sensación de decepción por no haber nacido en otra parte del planeta menos cañí, menos corrupta y menos analfabeta. Ahora, por fin, podemos sentirnos orgullosos de ser españoles. Porque el imbécil de Trump (ese sí que da vergüenza ajena) ha declarado que «España es un problema» y eso nos honra. A todos. A esa raza indomable de gente rebelde y peleona que defiende sus creencias más sagradas. Sánchez, envuelto en una pesada manta de sospechas y de críticas feroces, ha tenido la osadía (¡bravo!) de subirse a la chepa del hombre más poderoso del mundo y decirle que nones, que España es una nación soberana, con pocos recursos, endeudada hasta las cejas y que presume de cuidar de sus niños, sus enfermos y sus ancianos. Y eso nos honra. Los lameculos de Europa entera han corrido a ponerle la alfombra roja al hegemón militarista y supremacista en un bochornoso espectáculo de falta de personalidad, objetivos e independencia y solo el representante de España ha sido capaz de levantar un dedo y hacer una objeción a la locura máxima que nos proponen. Un proyecto que no es otra cosa que establecer la mayor transferencia de riqueza de la historia desde una Europa ya de capa caída hacia unos Estados Unidos que aspiran a convertirse en la gran garrapata mundial. Oponerse es obligatorio. Por fin alguien nos representa.
¡Por fin!
Amaya Michelena | Palma |
Totalmente de acuerdo con el artículo.