El mal no se presenta siempre como un rostro monstruoso, sino disfrazado de obediencia, burocracia o silencio.» «El mayor mal que se comete en el mundo no lo cometen personas que eligen el mal, sino que simplemente no piensan en las implicaciones de sus acciones. La historia nos muestra lo que ocurre cuando el poder abusa y la ciudadanía calla», escribió Hannah Arend.
Hoy, no es aventurado pensar que vivimos una situación semejante; corrupción, que es delincuencia pura y dura, aparte, y cuyo tratamiento debe ser el Código Penal. Tenemos un Gobierno que viene legislando por decreto ley, que reforma el Código Penal en la medida de las conveniencias personales del presidente; que acecha al Poder Judicial, que pretende controlar la Fiscalía, que ya ha conseguido, entre otras situaciones de insólito privilegio, un Tribunal Constitucional amigo; que le ha permitido de facto, entre otros casos, conceder indultos negociados con sus beneficiarios e incluso amnistiar a quienes nos han traicionado y robado a todos los españoles, pero facilitado sus votos a Sánchez para poder permanecer en el Palacio de la Moncloa. Es su deseo obsesivo. Es necesario, ante tales irregularidades, preguntarnos, reflexionar y respondernos sobre si se puede considerar, con esas alforjas cargadas de desafueros, que vivimos en verdad en democracia o más bien estamos ya entrados en una situación alarmante de corrupción institucional, que algunos asimilan al actual régimen venezolano. Es una situación propiciada por la inacción de los buenos y la irreflexión de sus apoyos próximos.
Como advierte Hayek: «Los pueblos no caen en el totalitarismo de un día para otro; lo hacen paso a paso, de modo imperceptible y aparentemente justificado; siempre son actuaciones realizadas por nuestro bien, por la paz social, por la concordia, por la igualdad, etc.» Conviene no olvidarlo. Así se va normalizando lo anormal, legalizando lo ilegal; cambiando la perspectiva a una opinión pública dócil y conformista. Siendo empero lo más asombroso del caso que solo unos pocos se avergüenzan de pertenecer a la banda en que se va convirtiendo su partido. Que aunque puedan criticarlo con la boca pequeña, con la grande y cambiando el voto, todavía no se atreven. Porque con tal que no gobierne la derecha –piensan, es un decir– cualquier sacrificio es pequeño. Sobre todo si Sánchez lo puede rentabilizar.
Con tal que no gobierne la derecha…
Antoni Verd | Palma |