El portero trabaja en una ferretería; la defensa la componen un representante de ventas de Coca Cola, un maestro de escuela, un agente inmobiliario y un empleado de almacén; los centrocampistas son el jefe del primero de los defensas; un empleado de atención al cliente de Samsung y un maestro de obras. Y la delantera, un chapista, un operario de una fábrica de herramientas y un educador social que ha tenido que pedir días libres por asuntos propios porque se le han acabado ya las vacaciones. El equipo es el Auckland City y en la primera jornada del Mundial de Clubes, el Bayern de Múnich le metió diez goles y gracias a Dios que como hacía mucho calor se conformaron con eso.
Que el fútbol es un negocio fundamentado no tanto en el espectáculo como en el sentimentalismo más primario ya lo teníamos asumido. Ahí están las inquietantes imágenes de las selecciones nacionales debidamente alineadas junto a la banda cantando sus himnos con el fervor del fanático para asegurarnos de que así siga siendo.
Pero no sé yo por qué hay que convertir estos torneos en un remedo de esos concursos de talentos de la tele en la que amas de casa maquilladas para estar todavía más viejas y más feas se revelan como cantantes de ópera en medio de las histriónicas exclamaciones de admiración del jurado y las lágrimas de sus familiares.