Dejo para otro momento la fatídica transformación del paseo marítimo o la irreversible pérdida del cultivo de patata en sa Pobla cuando no dejan de alzarse voces que, sin demasiado fundamento, hablan de recuperar los sectores productivos perdidos y ahora -y lo comparto- tan añorados. Este domingo leía aquí y con cierta sorpresa la cruzada de nuestro Govern para que poco a poco la gente deje de alquilar su casa a turistas.
Puede resultar loable, pero es prácticamente imposible porque la reforma de la ley de enjuiciamiento civil y las penas sobre aquellos que pueden poner en peligro economías familiares de terceros sigue en manos de un Gobierno de España que no deja de abochornarnos con unos personajes más propios de un vodevil. Aunque también quiero manifestar cierta crítica y sorpresa porque, a diferencia de lo que ocurre en las instituciones de la capital, ya no estamos en aquellos años del intervencionismo y el imperio del subsidio como forma de cultivo del voto cautivo. Por otro lado, las tan en boga ideas contra el turismo en viviendas desmontan aquella teoría romántica de la democratización del turismo.
Como todo es cíclico, cuando el alquiler vacacional esté aniquilado nos volveremos a quejar del monopolio y la hegemonía del sector hotelero isleño que, sin duda, es de los que más sabe de turismo en todo el planeta. Y esa aniquilación me preocupa tanto como que nuestros hoteleros empezaran a poner sus activos en manos de fondos extranjeros ajenos a cualquier vínculo y sometidos a rentabilidades económicas. Ello ya ocurre con las propiedades y deberíamos analizar por qué los isleños hemos vendido una parte importante de casas y terrenos (que hace cuarenta años estaban prácticamente en nuestras manos).
Eso es lo que debería proteger nuestro Govern y luego incentivar un determinado uso, pero nunca imponiéndolo porque estamos hablando de propiedad privada y el ahorro se ha destinado tradicionalmente al ladrillo. Comprar o mantener ladrillo representa el esfuerzo personal o de generaciones, por ello no puede demonizarse porque no podemos mantener a los ciudadanos de este país a base de subvenciones y ayudas. En nuestro sistema, las cosas no funcionan así y romper ese camino es abocarnos a la bancarrota. Por lo tanto, es importante preservar que la clase media y que los ciudadanos todavía puedan soportar la carga impositiva para mantener el bienestar e interés general. Y en ello, salvo error, el turismo es incuestionable.
Obviamente no todo es turismo y lo demuestra Catalina Feliu Amengual a quien el Ajuntament de Calvià debían haber dedicado el nombre del nuevo paseo marítimo de Magaluf para no crear agravios entre hoteleros. Ella encarna esa resistencia desde ese chalé unifamiliar que pudo ser un McDonald’s o ser derruido para ser una mole o un hotel. Ella piensa en su infancia o en sus padres y representa un modelo que también hay que incentivar y ayudar si queremos tener una idea de islas sobre las que diseñar un futuro.