¿Contra el salario mínimo?

| Palma |

A estas alturas del desarrollo democrático europeo y español, tiene poco sentido cuestionar la existencia del salario mínimo, que en un tiempo pudo ser una institución polémica pero que hoy en Europa es ya, sobre todo, una garantía de supervivencia, de trato humanitario a los asalariados, de que ningún trabajador recibirá una remuneración inferior a determinado umbral, que hay que alcanzar para sobrevivir materialmente. Cuando se habla de salario mínimo, como de ingreso mínimo vital, no se hace referencia tanto a la economía cuanto al modelo de sociedad, a la política. En democracia, ningún partido, ninguna ideología, puede abandonar al estrato inferior de la escala social. Y tanto más madura, avanzada y pacífica será esta sociedad cuanto más alto esté el referido umbral. Hoy por hoy, el salario mínimo es, desde febrero, de 14 pagas de 1.184 euros.

Cualquiera que tenga sentido de la realidad entenderá que este salario es miserable, insuficiente para garantizar el gasto básico de una pequeña familia. Y sin embargo, el líder de la oposición, el inefable Núñez Feijóo, culpa al Gobierno de haber elevado peligrosamente esta cantidad, ya que, a su juicio, «el incremento indiscriminado del SMI lo único que conlleva es esfuerzo salarial de las empresas, esfuerzo impositivo de los trabajadores y recaudación para el Gobierno».

Más de un militante del Partido Popular se habrá quedado estupefacto, tanto por la opinión de su líder cuanto por el efecto que tal disparate podría tener en la disposición del electorado. Es muy difícil votar a quien afirma con desparpajo que deberían vivir todavía peor quienes ya viven muy precariamente. El gran expresidente uruguayo Pepe Mujica, personaje ejemplar de la izquierda, recientemente fallecido, acuñó un aforismo jocoso que sin embargo resume la paradoja: «El peor enemigo de un pobre es otro pobre que defiende al rico que los hace pobres a los dos».

Tras la Segunda Guerra Mundial, mientras España se sumía en la noche oscura de la dictadura, Occidente ideaba el Estado de bienestar, que aun sobrevive y que encomienda al Estado asegurar los mínimos vitales para todos. Núñez Feijóo se desmarca ahora de esta conquista, como si fuera un peligroso contrarrevolucionario.

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