Parole, parole

| Palma |

Muchos recordarán aquella canción italiana que se hizo famosa en los años setenta cuyo estribillo repetía «parole, parole, parole…» Propongo que se instaure como el himno oficial y universal de los políticos, porque hay que ver: a palabrería no les gana nadie. Ni los monologuistas del humor. Solo que estos tienen menos gracia. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se aupó al trono de la Casa Blanca con el discurso del MAGA (Make America Great Again), que incidía en la recuperación de la fortaleza industrial del país, el resurgimiento de la poderosa clase media y el abandono (¡al fin!) del papel de matón internacional que su país había llevado a cabo desde hacía décadas, inmiscuyéndose en asuntos de todos los rincones del planeta. En sus mítines criticaba la belicosidad de su predecesor, Joe Biden, y prometía volver la mirada adentro, al interior de su país, para resolver los graves problemas que enfrenta, dejando de lado las rencillas militares que se desarrollan lejos de casa. La guerra de Ucrania, dijo, la resolvería en dos días. Otro tanto con el conflicto de Israel y Hamás. Pues aquí le tenemos, seis meses después, aún con su ridícula gorra de MAGA sobre la cabeza, no solo incapaz de poner paz entre Vladímir Putin y Volodímir Zelenski, sino asistiendo asombrado a un conato de guerra nuclear entre India y Paquistán y, para colmo, la escalada regional de la disputa en Oriente Próximo. Naturalmente, hay cuestiones que se las siguen trayendo al pairo, como las guerras en Sudán, Yemen y Birmania o los cristos montados en Congo, Colombia y Nigeria. En el interín la deuda pública estadounidense se dispara, Jerome Powell se niega a bajar los tipos y la economía nacional se tambalea.

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