Un salto y 36 volteretas

| Palma |

El otro día nos recomendaban en la radio que, para tomar conciencia del valor del nuevo récord del mundo de salto con pértiga de Mondo Duplantis, calculásemos sobre la fachada de nuestra casa (se supone que a ojo, no pretenderán que nos juguemos la vida con la cinta métrica), lo que son 6 metros y 28 centímetros de altura. Qué quieren que les diga. Más allá de la valoración que nos merezcan este tipo de gestas, a mí lo que me viene pasando últimamente es que me cuesta ya mucho distinguir qué es deporte y qué no lo es y, sobre todo, entender por qué.

Así como tengo escrito por ahí (perdón por repetirme, pero es una de mis argumentaciones más célebres) que si la gimnasia rítmica es deporte olímpico, a ver por qué no han de serlo también los malabares. Llevo mucho aguantándome las ganas de escribir que si en su día se incluyó el vóley playa en el programa, fue en buena parte porque los espectáculos de variedades del Folies Bergère resultaban demasiado difíciles de puntuar.

Sentado ante el televisor, algunos números del Cirque du Soleil me provocan idéntico sentimiento de admiración que los saltos igualmente acrobáticos de Duplantis con su pértiga y, sin embargo, no veo el mismo fervor en los comentarios de los compañeros de la prensa. Ahí está, sin ir más lejos, Lucie Colebeck y su récord Guinness en el trampolín. Treinta y seis volteretas seguidas y ni una sola portada.

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