El teniente

| Palma |

En junio de 1940, unos 330.000 soldados aliados, entre británicos, franceses, belgas y canadienses, quedaron atrapados en las playas de Dunkerque, en la retirada más vergonzosa que se recuerda en la Segunda Guerra Mundial. Los panzers alemanes, con su implacable Blitzkrieg, habían arrollado las defensas francesas y en pocos días habían empujado a las tropas expedicionarias británicas contra el mar.

Lo cual, en una guerra, no suele ser bueno. Göring, mariscal del aire de Hitler, se las prometía muy felices ante aquel panorama, como Ábalos y Koldo a las puertas de un prostíbulo. Daba por hecho que sus Stukas masacrarían a aquellos pobres diablos, que en mitad de la arena, expuestos, solo podían cubrirse con algún centollo. Sin embargo, los ingleses, en una maniobra desesperada, enviaron a un grupo de soldados a cubrir la retirada de sus compañeros, mientras Churchill ponía en marcha la ‘operación Dinamo’ para que cientos de lanchas y buques cruzaran el Canal de la Mancha y rescataran a los soldados acorralados.

En realidad, a los elegidos para la misión les había tocado el premio gordo, porque tenían tantas posibilidades de sobrevivir como Pedro Sánchez de acabar la legislatura. Entre ellos se encontraba un teniente muy disciplinado, llamado George, que debía otear el horizonte en busca del enemigo. Para tener mejor visión, el oficial se levantó sobre la trinchera, pero al instante recibió un disparo en el pecho. Herido de muerte, pero con la disciplina intacta, el militar se dirigió a sus soldados: «El teniente George anuncia su muerte en combate». Y se desplomó.

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