Aunque muchos lo hayan dicho ya, lo de Santos Cerdán no es un caso aislado que haya cogido a Sánchez a contrapelo, sino un ejemplo más de una corrupción con la que estamos convivencia. No hay que perder de vista que el asunto arranca hace ya diez años y que afecta a los otros tres ocupantes del Peugeot en el que Pedro Sánchez recorrió España en busca de la secretaría general del PSOE entonces perdida. Ni José Luis Ábalos, ni Koldo García ni Santos Cerdán son unos militantes cualquiera, sino el núcleo duro del aparato socialista, ahora defenestrados.
En el caso del último de ellos, el individuo merecía tal confianza que sólo hace unos días varios ministros ponían la mano en el fuego por él y ahora se llaman a andanas. ¿Cuántos más habrá que le hayan imitado en su proceder ilícito?
Estamos hablando de la cúpula del partido que ha merecido durante largo tiempo los honores y las prebendas del resto de la dirección y que los ataques por ellos recibidos se han atribuido a bulos y rencor hasta que la evidencia ha hecho caer del guindo a sus defensores.
La responsabilidad de Pedro Sánchez es manifiesta y no es ninguna víctima de un comportamiento desleal. Si sabía lo que pasaba, es tan culpable del delito como el que más y si no lo sabía, su incapacidad para nombrar cargos idóneos pone en cuestión toda su labor política. Pero no es sólo eso, ya que los indicios y las acusaciones de corrupción afectan también a su entorno personal, con las imputaciones pendientes a su esposa y hermano. O sea, que la corrupción no es un hecho aislado, sino una forma de conducta política con la que convivimos y hay que erradicar empezando por la cabeza.