El algoritmo que maneja los hilos invisibles de mis redes no para de colarme vídeos de detenciones de origen latino en Estados Unidos. Muchos de esos vídeos muestran a los hijos de los detenidos, menores de edad, llorando desconsolados, mientras la policía se lleva detenidos a sus padres. Rompen los cristales del vehículo, se llevan al progenitor, lo esposan y dejan abandonado al adolescente, que grita mientras graba todo lo que ocurre. Hay una serie escalofriante de ciencia ficción, Years and Years, que cuenta la historia de una familia británica de aquí a quince años hacia el futuro. El país tal y como lo conocían se desmorona, una Emma Thompson de ultraderecha se convierte en primera ministra y los extranjeros son encerrados en campos de trabajo. Todo lo que podría ir mal, ocurre en esa serie. Lo peor de todo es que se ha hecho realidad. Hace unos días, Donald Trump recibió al canciller de Alemania, Friedrich Merz, que le trajo un certificado de nacimiento de su abuelo, Frederick Trump, un inmigrante ilegal en EEUU que buscaba un futuro mejor. La sonrisa de Trump se torció en el Despacho Oval. No le gusta que le recuerden que desciende de un ilegal, igual que los colombianos, cubanos o venezolanos que está deportando a paladas estos días. Nadie está exento de hacer las maletas un día e irse de su tierra. De eso iba también la manifestación de ayer en Palma: los mallorquines (los que están enraizados aquí desde generaciones, los que vinieron hace medio siglo, los que llegaron antesdeayer para trabajar) queremos quedarnos. Vivir, que no malvivir. Si esto sigue así, tendremos que hacer las maletas.
Extranjeros
Gemma Marchena | Palma |