La Iglesia católica viene utilizando mucho este término de origen griego. No hace referencia a un método, sino a una naturaleza, la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios. Sus compuestos son syn-odos, odos que significa camino, y syn que significa juntos. El término, significando algo así como camino conjunto, une de esta forma dos dimensiones, la comunitaria (conjunto) y la dinámica (camino). Una persona sola no es sinodal y muchas personas juntas pero inmóviles, tampoco.
Quizá un equipo deportivo o un concierto sinfónico sean metáforas adecuadas para captar la naturaleza de la sinodalidad. En un equipo de fútbol, cada jugador cuenta, desde luego, y en una orquestra, cada instrumento cuenta. Sin embargo, un guardameta no define el equipo ni un clarinete define la orquesta. La sinfonía no excluye ninguna voz, pero son todas las voces las que la componen. Freddie Mercury puede ser varón y barítono y Montserrat Caballé puede ser mujer y soprano, pero fue la conjunción armónica de las cuatro variables la que emocionó Barcelona 92. Si el concierto musical llama a todos los instrumentos y los armoniza, el consenso sinodal llama a todos los participantes y los fraterniza.
La sinodalidad no persigue la uniformidad, persigue la comprensión. Por eso es tan bonito reunirse para compartir raíces, plantar sueños, tejer contactos, zurcir rotos, desfacer tuertos, parir novedades, permanecer unidos y seguir andando.