Mantarrayas y batamantas

| Palma |

La semana pasada eran los cangrejos azules. Esta semana son las mantarrayas. Las costas de Mallorca amanecen ocupadas por grandes mantas rayadas que llegan despistadas a nuestro archipiélago procedentes de otras costas y de otros mares. Ellas son una prueba más del atractivo de esta tierra en la que se fija todo lo que se mueve. Primero fueron las playas de Illetes, luego Cala Rajada y ahora, como en la película francesa, están por todas partes. Claro que una puede pasar por despistada, pero dudo que el despiste sea generalizado. Sospecho, como con los cangrejos, que hay un efecto llamada.

Las mantarrayas, convencidas de los beneficios de venir a la tierra prometida, han decidido colonizar las aguas de Mallorca. Y, como de costumbre, mientras nuestros políticos discuten sobre la autorización o prohibición de su captura, las mantarrayas se instalan en nuestras playas sin autorización y sin permiso de residencia. Como ya dije, lo del permiso de residencia solo tienen que solicitarlo para obtenerlo.

Como los cangrejos azules invasores, las mantarrayas colonizadoras son inofensivas. Al menos eso es lo que dicen quienes las conocen. Los mismos que recomiendan a los bañistas no acercarse a ellas, no tocarlas y avisar a las fuerzas del orden. Y a mí -qué quieres que te diga- cuando me dicen que avise a las fuerzas del orden, entiendo que algo está fuera de la normalidad, por no decir de la legalidad.

En otras latitudes más tropicales, las mantarrayas se conocen como Rayas del Diablo. Aquí, que vivimos en un estado aconfesional, evitamos la alusión satánica y las llamamos mantas con rayas o mantarrayas, para no ofender o para que no se sientan ofendidas. Porque el delito de odio tipificado en el Código Penal las protege de cualquier discriminación por motivos de raza, género, ideología, procedencia, religión y otras muchas cosas. Y es que las mantas, por muchas rayas que tengan, no dejan de ser mantas. Quizás esa sea la razón por la que viajan hasta aquí. Porque se han dado cuenta de que la política está llena de mantas que ganan mucho dinero. En lugar de contar el número de mantarrayas que llegan, tendríamos que contar el de batamantas que tenemos en la escena pública.

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