Si alguien piensa que vive en un Occidente civilizado, paradigma de la democracia y los derechos humanos, solo tiene que girar la cabeza hacia el este y mirar a Gaza y Cisjordania. Democracia y derechos humanos como propaganda manchada de sangre. Estamos asistiendo a un genocidio que ha convertido el horror en norma y ya ni siquiera parece generar alarma ni noticias. Un pueblo masacrado y expulsado de su tierra para mayor beneficio de potencias occidentales, ni más ni menos. Un genocidio y una expulsión de dura 77 años, que afecta a varias generaciones de palestinos y que pretende justificarse tras el victimismo de otro genocidio que también se perpetró en occidente. ¿Calificamos de terroristas a quienes se sublevaron en el gueto de Varsovia contra la ocupación nazi? Porque Gaza también es un gueto amurallado, cercado por mar y tierra y hoy destruido como en Varsovia, pero al que el occidente de los derechos humanos no parece dispuesto a liberar. Los discursos políticos se mueven entre la desfachatez de quienes apoyan sin disimulo el genocidio y la hipocresía de quienes mantienes posiciones ambiguas, pero no paran los contratos ni el negocio, salvo que salte el escándalo. Si se rompieran relaciones diplomáticas, se aplicase el derecho internacional y se establecieran medidas y sanciones, como se hace contra tantos gobiernos por menos o nada, se detendría el asedio. Si la ONU nació con la partición y la Nakba, ahora Palestina se está convirtiendo en su tumba.
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