Es normal que tras echar un vistazo a la prensa del día, que viene en estado de ebullición, y quizá consultar su móvil asimismo bastante caliente, experimenten un fuerte bajón anímico y se pregunten ahora qué mierda hago. Si me permiten la intromisión, tengo respuesta. Calabaza, lo mejor en estas condiciones de abatimiento es hacer calabaza, esa fruta otoñal emblemática, previa a las castañas. Y aprovechando que todavía es tiempo de calabazas, yo la sugeriría asada. No es lo mismo estar muy desanimado sin más, que estarlo mientras te zampas una hermosa calabaza. Esta baya cucurbitácea de carcasa dura, susceptible de numerosas recetas, suele estar exquisita, pero tiene un problema. Es demasiado decorativa, en exceso simbólica, y también bastante infantil. Los cuentos de hadas están llenos de calabazas, así que la dejas en un estante haciendo bonito y te olvidas de comerla. Además, las carcasas vaciadas sirven para toda clase de objetos ornamentales, utensilios y recipientes, y hasta para fabricar instrumentos musicales de percusión o de cuerda. Recuerden que en algunas de las múltiples versiones de La cenicienta, su carroza dorada era una calabaza corriente.
Por no hablar de Halloween y el Rey Calabaza. Por lo demás, cómo vas a comerte una fruta que puede llegar a pesar 500 kilos, o 1000, ya no me acuerdo. Es más fácil imaginar una raza de gigantes extinguidos, que en un platito (platito de gigantes) se zampasen de aperitivo una docena de estas monstruosas calabazas como si fueran aceitunas. El problema de las calabazas es que son excesivamente fantasiosas, pero eso en modo alguno impide comerlas. La crema o sopa de calabaza es ideal para la melancolía, y la que yo hago, al whisky y ligeramente picante, es una maravilla, pero aun así lo mejor que se puede hacer con una calabaza es meterla en el horno a 220º y asarla bien asada, con pepitas. Que no falten las pepitas, nada de comprar bolsas de plástico con trozos desnudos de calabaza. Ahorran trabajo, pero le quitan toda la gracia. Y la fantasía. Vaya forma de eludir el problema de la calabaza. No, los problemas, como los bajones del ánimo, hay que comérselos. Sobre todo, si estamos en tiempo de calabazas.