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Austria austrohúngara

| Palma |

Un tercio de los votantes austríacos dieron el triunfo el domingo al Partido de la Libertad (FPÖ) en las elecciones parlamentarias de Austria, la más selecta y prestigiosa ultraderecha de Europa, y todos los informativos aseguran que fue un resultado histórico. La consagración de su líder Herbert Kickl, aunque no es fácil que pueda gobernar. De hecho, sus resultados superan a los del legendario y lujoso líder ultra Jörg Haider en 1999, que con la misma libertad por bandera, estuvo a punto de ser canciller. La Unión Europea tuvo que frenar el ímpetu neonazi de los austríacos, porque en estas cosas Austria siempre fue muy histórica. Y no nos referimos sólo al austriaco Hitler, ni a los valses y los escalopes a la vienesa, sino al propio Imperio austrohúngaro, que el extremista Herbert Kickl sueña resucitar con su amigo Viktor Orbán de Hungría. En fin, triunfo histórico de la ultraderecha en Austria, pero histórico de toda la vida. De las hazañas del Imperio austrohúngaro sabemos mucho por numerosos escritores, incluyendo la gran Rebecca West y los dos gruesos tomos de su magistral Cordero negro y halcón gris, y de las locuras austríacas, cómo no, por los escritores austríacos. Que de tan austríacos no lo podían soportar. Robert Musil, un clásico, llamaba Kakania a ese Imperio, y en El hombre sin atributos los retrataba. Me aburrí en el segundo tomo. Musil también escribió Los alucinados, y un prodigioso ensayo titulado Sobre la estupidez. Asuntos ambos que dominaba. Pero los escritores austríacos más famosos, y odiados en Austria, son el rabioso Thomas Bernhard, que como narra en su vasta autobiografía no podía soportar Austria, y la Nobel de 2004 Elfriede Jelinek, a la que en su patria califican de provocativa, pirada, feminista radical y pornógrafa. Algo habrá de eso, cuando un miembro de la Academia Sueca renunció al puesto días después de la concesión. Asqueado por el desprestigio del galardón. Austria, en definitiva. A estas alturas, nada de Austria nos sorprende. Ni las montañas nevadas, ni la Ópera de Viena, ni el triunfo de la ultraderecha. Por la libertad y la pureza de la raza, naturalmente. Y si encima se ponen austrohúngaros, ya ni les cuento.

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