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Inclinaciones personales

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Leo dos novelas al mismo tiempo. Una tiene muy pocas páginas y en ella pasan muchas cosas; la otra, en cambio, tiene muchas páginas, pero en ella suceden muy pocas cosas. Una carece de reflexiones explícitas por parte del narrador y, sin embargo, dispara mi mente hacia múltiples planos; la otra está repleta de análisis sesudos tanto por parte del narrador como de alguno de sus personajes, pero sus páginas no consiguen que mi mente despegue hacia algo más. Una me enchufa a la vida, la otra me desenchufa. Por supuesto, no ando detrás de una verdad universal –las verdades universales suelen atragantárseme–; simplemente, esbozo impresiones que, de manera lateral, pueden acabar bosquejando una inclinación personal, algo muy concreto e insignificante. Ya sé que las inclinaciones personales se han convertido en la nueva religión, pero la verdad es que nunca me llevé bien con las sectas. ¡Ah!, y no me olvido de las benditas excepciones que toda regla suele tener. Desconfíen de todo sistema que no admita excepciones. Los bárbaros y los extremistas las odian con todas sus fuerzas.   

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