El presidente Sánchez ha abierto el nuevo curso político con una comparecencia ante los medios, en la sede madrileña del Instituto Cervantes. Sabíamos que era valiente y capaz de rodearse de buenos colaboradores, pero después de esta última intervención, hay motivos para pensar que, además, es un político alambicado. En una gráfica de intensidad, su discurso inaugural se situaría muy a la izquierda, con planteamientos que no admiten casi contestación desde este flanco, cosa tan cierta como que la mayoría de sus propuestas irán perdiendo color y desvaneciendo con el tiempo.
Siendo presidente, con el afán de recuperar la iniciativa, no deja de llamar la atención un tono tan morado. Quizás hablase en serio cuando decía que no podría dormir por la noche si formaba gobierno con Unidas-Podemos. Aunque hay motivos más que suficientes para sospechar que le incomode el hecho de tener que gobernar en coalición, por encima de todo. Parece, aun hoy, no haber olvidado el mal trago que le hizo pasar Unidas-Podemos, el artífice principal de la coalición. De hecho, entonces, no dio su brazo a torcer hasta comprobar, después de repetir las elecciones, que la estrategia de acoso y derribo a Podemos estaba empezando a dar resultados y el fantasma del sorpasso se alejaba.
Su discurso de reapertura de este curso no representa el principio, ni tampoco el final, de ninguna etapa, en todo caso, utilizando el argot ciclista, sería una meta volante puntuable. El tono radical del presidente, con un Eat the rich incluido, no haría más que corroborar que ha conseguido alejar a Podemos a una distancia que él considera suficiente y que Yolanda Díaz en estos momentos se ha convertido simplemente en parte del atrezo. Siguiendo esta misma lógica política, a medio plazo, el siguiente movimiento sería dejar atrás la coalición, en favor de un gobierno en minoría, siempre deseado por los ‘barones’, y dar mayor protagonismo político al Congreso de los Diputados, como parte de la política de pactos, el tiempo dirá cuando.
De ser así, esta estrategia no estaría exenta de cierta sofisticación, se pasaría del antiguo bipartidismo –en definitiva, un sistema de turnos– a una órbita elíptica de doble foco, en la que el PSOE sería uno de ellos, a partir del cual el objetivo consistiría en intentar alargar el radio de acción, en base a pactos bilaterales, para agrandar el espacio de influencia. Evidentemente, esto implica un escenario de fricción y de grandes pactos de Estado, lo cual no es contradictorio, lo uno con lo otro. En Moncloa, con las prisas para adaptarse a esta realidad liquida, han propiciado un adelanto del congreso federal de los socialistas para fin de año. Que nadie se ilusione con que estos vayan a dejar de lado su alma practicista, más cercana a la gestión que a la revolución.
Siguiendo con los símiles deportivos, el discurso izquierdista del presidente sería un aclarado para limpiar la zona de intrusos. Para los socialistas el gobierno de coalición era la antítesis de una tercera vía, para la cual necesitaban una mayoría absoluta, actualmente una rara avis en la política española. Con todo esto, el dominio del arte del aclarado se antoja esencial, en un escenario que habrá que dar respuesta a las demandas de los nacionalismos periféricos y a las reivindicaciones de la izquierda transformadora.
Pero, como la vida no solo es estrategia, Violadores del Verso, en Trae Ese Ron, dicen que «Hay cuarenta y un grados ahí fuera / No sé qué será, pero me da que es en la atmósfera / Y la peña no se entera», como recordando lo absurdo que resulta intentar enfriar el ambiente metiéndolo en la nevera del relato.