Hace ya un montón de años, un periodista de política internacional publicó una entrevista a la ministra portavoz del Gobierno, inventada totalmente de la A a la Z. Cuando la ministra le reprochó esta falta de profesionalidad, la respuesta fue: «Sí, es verdad, nunca hemos hablado tú y yo, pero, ¿te hace daño lo que he escrito? ¿No? Pues aguanta que no pasa nada.»
Cuando el periodista se enfrenta al hecho noticiable, al suceso o la actividad pública de alguien y tiene que informar, ¿cuál es su prioridad? ¿La noticia o la verdad? ¿O ambas? La respuesta dependerá de la seriedad del periodista. A mi juicio, la verdad sufre hoy cuatro ataques: la banalidad insufrible y la bajeza moral de las redes sociales, la inmediatez de la difusión de las noticias, la necesidad de atenerse a lo políticamente correcto y la tendenciosidad como norma según el origen.
La clase política también se enfrenta a la verdad, la mayoría de las veces para machacarla y elaborar un relato virtual a caballo entre la mentira deliberada y la invención pura y simple. ¿A quién pretende engañar la portavoz del PSOE, Esther Peña, al afirmar sin rubor alguno que el modelo de financiación singular pactado para Cataluña tiene ya un precedente con la «fiscalidad diferenciada» para Soria, Teruel y Cuenca? ¿Nos toma por imbéciles?
Las redes han anulado el discurso político y han acogido la propaganda, el insulto o la descalificación de alguien o de muchos. Antes se hacían discursos y se elaboraban comunicados medidos al milímetro. Ahora, la urgencia para pronunciarse (salir, en el argot político) conlleva un trazo grueso, necesariamente impreciso. Creo que hemos perdido el periodismo de investigación. Los más atrevidos buscan que les filtren algunos datos que pueden hacer daño, pero no indagan sobre la corrección de lo que escriben. Este verano en Mallorca hemos tenido sucesos muy graves que han producido víctimas mortales e incidentes políticos de importancia. Echo de menos la investigación rigurosa que nos transmita los datos objetivos para saber si estamos ante sucesos accidentales, provocados o intencionados. En ocasiones se busca añadir leña al fuego más que saber porque se prendió fuego. El atenerse a lo políticamente correcto ahoga la verdad y la disfraza para servir a algún interés espurio. No interesa hablar de accidentes sino de acciones u omisiones culposas.
La verdad ha perdido la prioridad en cualquier actividad política o divulgativa. Lo que interesa es disfrazar aquello que el político sabe que no va a gustar, transmitir una información incorrecta pero creíble para algunos. Bueno, la comparación entre la fiscalidad de Soria y el concierto de Catalunya es increíble y hace daño. No puedo aceptar que me tomen el pelo.