Cualquier conjunto se suele dividir espontáneamente en dos subconjuntos antagónicos, pero mucho más homogéneos. También en seis o quince, claro está, pero reducibles de hecho a dos. Incluso las opiniones, un material muy volátil, se dividen siempre en dos. A favor y en contra, como se puede ver en cualquier teléfono móvil. Todo tiende a dividirse por dos, al 50 % más o menos, como si la realidad tuviese marcada una línea de puntos justo por el medio, y este absurdo fenómeno se puede comprobar en todos los procesos electorales de todas partes. Dualidad. Dilema.
Hay una asombrosa pasión humana en dividirnos por dos (bandos, facciones), de modo que incluso si nos dividimos por tres o cuatro, en realidad nos hemos dividido por dos como capullos. ¿Por qué? Porque aunque hubiese muchas alternativas, siempre hay sólo dos alternativas. Nosotros y ellos, el bien y el mal, nacionales y extranjeros, vencedores y vencidos, ricos y pobres, etcétera. También tenemos dos géneros, tres si se trata de géneros gramaticales, y aunque los entendidos en el asunto repiten que no, que son unos 23 (es decir, incontables), a la mayoría de gente la inteligencia sólo nos llega para contar hasta dos. Somos así, divisibles únicamente por dos. Binarios y no binarios, explican esos mismos entendidos. Así que en principio fue el verbo (que no tienen géneros), y luego ya empezamos a partirnos aproximadamente por la mitad.
Las dos Españas, los dos hemisferios, los dos polos. Realidad y ficción, izquierda y derecha. Quizá esa obsesión universal por las dos mitades de cualquier todo (no exactamente iguales, casi) tenga algo que ver con los pares de cromosomas que nos configuran. Si todo funciona a pares, más o menos simétricos, es natural que se parta por la mitad, como el vizconde que narró Italo Calvino. Lo contrario sería la famosa doble personalidad, que es la personalidad normal. Una dice que sí y la otra dice que no, le preguntes lo que le preguntes. Ya no me llama la atención que todo sea dual, sino que las dos mitades enfrentadas de lo que sea (una persona, un país) sean casi iguales y de tamaño similar. Lo que eterniza los conflictos. Qué cabrón, el dos.