La necesidad de la oposición de salir de la irrelevancia informativa en que se halla sumida desde hace un año –salvo los puntuales exabruptos de Iago Negueruela– ha impulsado a los socialistas a rememorar dos acontecimientos que ellos consideran hitos en su reciente historia. Por una parte, se cumplen 40 años desde que, en 1984, la entonces FSB optó por abrazar esa corriente denominada ‘socialisme i autonomia’ por la que el entonces nuevo PSIB dejaba de lado la estrategia con una única visión nacional por otra más pragmática encaminada a conseguir gobernar nuestra comunidad con quien fuera y como fuera. Ahora, llaman a esto ‘federalismo’, cuando en realidad es la versión posmoderna del asalto al poder de toda la vida, cuya sublimación se encarnó en Pedro Sánchez y en su profeta, Zapatero.
Tras esta pantalla no hay un ápice de sustento ideológico. Ni federalismo, ni gaitas, aquí de lo que se trata es de desalojar al adversario y asentarse en el poder aunque ello suponga pasarse por la entrepierna el programa y los elementos fundacionales de la izquierda. Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros.
Lo que todavía no nos han explicado los socialistas es en qué contribuyó a mejorar la vida de los ciudadanos de Balears aquel hecho.
Otro acontecimiento progre digno de celebración es el 25 aniversario de la conformación del primer Pacte de Progrés encabezado por Francesc Antich. El tiempo lima la memoria y ya solo los más viejos del lugar recordamos aquello. Ciertamente, tuvo mérito desalojar a un PP que, con Gabriel Cañellas al frente, hubiera gobernado otras cuatro legislaturas, como mínimo. Matas, en cambio, se quedó a las puertas de la mayoría absoluta, con 28 escaños –frente a los 13 de Antich–, pero allí comenzó a fraguarse esta repetida alianza de perdedores que denominamos gobiernos ‘de progreso’ o de ‘todos contra el PP’ que Sánchez calcó dos décadas después.
¿Fue Antich mejor presidente que Francina Armengol? Sinceramente, me’n afluix de prendre per no triar, a mi juicio ninguno de los tres pactos ha conseguido resolver –ni siquiera prever– los graves problemas que nos aquejan. Eso sí, Antich tiene fama de persona cercana y amable –Albert Candela dixit– y, obviamente, no seré yo quien lo cuestione. Pero, para gobernar, hace falta tomar decisiones, no basta con ser simpático y repartir doctrina a toda hora en forma, mayormente, de toda clase de prohibiciones.
De aquel Govern quiero salvar, sin embargo, a su conseller d’Educació, el nacionalista Damià Pons. Pese a acceder a esa responsabilidad con un equipo que el primer día ya evidenció sus prejuicios e ideas preconcebidas acerca del sector, Pons y sus directores generales pronto se percataron de cuál era la situación real de unos y otros y se abrieron a un diálogo sincero. Se impulsó el primer acuerdo de mejora de la enseñanza concertada, que sirvió de ejemplo y modelo para todos los posteriores, y se huyó del sectarismo ideológico y lingüístico, consiguiéndose, en cuatro años, un balance positivo, inigualado por ningún posterior conseller del PSIB. Claro que entonces el PSM era un partido muy distinto al actual Més, y que Pons halló en la concertada una interlocutora a su altura en Marta Monfort, fundadora de Escola Catòlica.