Balears ha tenido dos presidentes del Congreso –tercera autoridad nacional– y ambos socialistas, Félix Pons y ahora Francina Armengol. El eximio jurista, que se nos fue demasiado pronto, ocupó la presidencia de la Cámara en tres ocasiones: entre 1986-89, 1989-93 y 1993-96. A lo largo de todos esos años sus actuaciones fueron un dechado de prudencia y buen hacer. Ya he contado antes que se desvivía por ayudar a los mallorquines que tocaban a la puerta de su despacho. Siendo yo presidente del Gremio de Joyeros y Relojeros –entidad hoy extinta, por desgracia– acudimos a él para solicitarle que el PSOE presentara una enmienda a una ley de tipo fiscal –ya no recuerdo cuál era– que podía perjudicar al sector. Nos recibió con extraordinaria deferencia, nos escuchó con atención y dirigió personalmente la encomienda. Félix sabía que tenía muy pocos votantes en el honrado gremio de los orífices, pero aun así supo atendernos y se avino a solucionar el problema.
Francina Armengol es otra cosa. Son otros tiempos, se me dirá, y es cierto. Pero la de Inca solo atiende a los suyos –ya lo hacia cuando presidía el Govern– y utiliza descaradamente su cargo para poner palos en las ruedas al ejecutivo de Prohens, a quien nunca perdonará que le ganara unas elecciones en buena lid. Francina se ha convertido en la correveidile de Sánchez para los asuntos relacionados con Balears, con el propósito de torpedear todos los proyectos que –según ella– puedan beneficiar el cartel electoral del PP de cara al 2027. Su última actuación de filibusterismo político busca impedir que Prohens construya 4.000 viviendas en los tres años que quedan de legislatura. La desastrosa gestión en esta materia del gobierno social-comunista que presidió Francina será siempre su mayor lacra –así como su sumisión a los grandes hoteleros en perjuicio del alquiler vacacional legal– y ahora busca desesperadamente que su rival política naufrague también en la resolución de un problema crucial para las islas.
Félix Pons nunca hubiese hecho nada semejante. Sabía que desde su cargo representaba a todos los grupos políticos presentes en el Congreso de los Diputados. No mezclaba churras partidistas con merinas institucionales. Era un señor que no podía –ni quería– empañar su buen nombre y su prestigio en operaciones de alcantarilla. Supo estar en el poder y marcharse con elegancia. Otros tiempos.