No hay nada» repiten hasta la sociedad los socialistas cuando se dan informaciones sobre la imputación de la esposa de Pedro Sánchez por su cátedra ‘fake' y contactos mantenidos con empresarios beneficiados con millonarios contratos del Estado. De repente todos saben perfectamente toda la documentación que tiene el juez para seguir instruyendo la causa contra Begoña Gómez a pesar de los intentos para evitarlo del mismísimo ministro de Justicia y del fiscal general del Estado, ambos imparciales, por supuesto. Tampoco llama la atención que la Universidad Complutense intentase ser acusación particular en la causa y que la ‘señora presidenta', como diría Patxi López, no tuviese titulación suficiente para dirigir una cátedra. Tampoco «hay nada», claro, en la investigación del hermano de Sánchez, sin despacho y con un contrato de dudosa adjudicación, además de un repentino incremento patrimonial o una dirección fiscal en Portugal. ¿Imaginan que todos estas sospechas se hubiesen producido con un presidente que no fuese del PSOE? ¿Imaginan la mujer de Rajoy manteniendo reuniones con empresarios y haciendo cartas de recomendación? ¿Y dirigiendo una cátedra sin tener el título universitario para hacerlo? Los mismos que repiten ahora «no hay nada» pedirían día sí y día también responsabilidades políticas, más allá de las investigaciones penales, por supuesto, exigirían respeto al juez, reclamarían comisiones de investigación, comparecencias de todos los ministros, de los empresarios afectados, y un listado de las personas que hubiesen pisado La Moncloa durante meses para determinar si las sospechas pudiesen estar avaladas por alguna prueba. ¿Imaginan que Rajoy se hubiese querellado contra el juez que investiga a su mujer por haber solicitado su declaración de forma personal, que quisiera saber si ayudó a los empresarios que contactaron con su esposa?
Por lo tanto, está claro que en política lo importante no es el qué sino el quién. Que un supuesto delito deja de serlo si el que lo ha podido cometer es de ‘los nuestros', especialmente si ese ‘nuestro' es el que decide que algunos sigan cobrando un sueldo público o que vayan en las listas electorales. A partir de ahí se pierde la objetividad en política, que solo se recupera (tarde) cuando el que decide deja de tener influencia y pierde elecciones por sus errores. En ese caso pasarán del «no hay nada» al «lógicamente teníamos que acabar mal con todo lo que ha pasado», que es lo que ustedes escucharán en unos meses, quizás años, sobre todo el esperpento que ahora vive la política nacional, y también la insular.