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Ágata

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No la conocía personalmente y, si creyera en las casualidades, que no es el caso, podría decir que nuestro encuentro fue una de ellas. Ágata Ruiz de la Prada estaba invitada, como yo, a la cena que doña Leonor March Cencillo ofreció en su residencia veraniega de Santa Cirga, la possessió de Manacor que guarda la impronta de Antoni Maria Alcover. Es curioso, porque fue uno de los ejemplares de la colección Possessions de Mallorca, escritos entre 1984 y 1992, el que propició el interés de la famosa diseñadora hacia mi persona y mi obra. La nieta de Joan March Ordines me había pedido si podría encontrar un volumen del primer tomo de la colección, precisamente el número uno, que incluye un amplio reportaje sobre la finca en la que pasa los veranos. Ágata, un torbellino de simpatía, llegó cuando estábamos degustando el aperitivo y enseguida descubrió el libro sobre una mesa del amplio porche. Lo tomó con un sentido de la reverencia que me emocionó –detesto a la gente que trata mal a los libros– y me preguntó si yo era su autor. Luego nos tocó ser compañeros de mesa en la cena y ahí se inició una larga conversación. Mi amigo Antoni Planas dice a menudo que siempre he tendido a minusvalorar mi obra periodística y literaria y debe ser verdad, porque aquella noche de verano no podía dejar de asombrarme por la fascinación que una persona como Ruiz de la Prada manifestaba hacia un libro mío publicado casi cuarenta años atrás. Naturalmente, mi compañera de mesa me preguntó dónde podía encontrar alguno de los cuatro ejemplares de la colección. Le dije que –excepto el tercero, que conoció tres ediciones– estaban completamente agotados y que, por supuesto, eran ya material para coleccionistas, que los buscan en las librerías de viejo.

De regreso a casa pensé que tanto interés bien merecía una recompensa, así que rebusqué en mis estanterías en busca de algún ejemplar. Encontré dos –el primero y el tercero de la serie– y la llamé para comunicarle la buena nueva y preguntarle cómo se los podía hacer llegar. «Ven a comer con tu esposa a mi casa de la Costa de los Pinos –me dijo– y muchas gracias». Creo que el día acordado fue el más caluroso en los registros del Servicio Meteorológico. Almorzamos frente a la amplitud del mar y ella siguió interesándose por mi trayectoria profesional como escritor y periodista. Creo que es una mujer fascinante, que ama Mallorca y todo lo mallorquín.

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