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Desde la decepción

| Palma |

Veníamos de una época de gran esperanza, cuando la decepción había producido ya su impacto en varias ocasiones. La democracia había sido una palabra mágica, que debía llevar consigo, la tan suspirada libertad política y consecuentemente, toda clase de bienes sociales. Mas la realidad había sido muy otra, observable en las distintas alternancias en el poder. En primer lugar porque esperábamos lo que no era de esperar. Y, en segundo lugar porque después de lograr simplemente lo posible, nos detuvimos a descansar… Cuando lo cierto es que no se puede descansar sin correr el riesgo de perder lo conseguido. Y, ciertamente, como pueblo, perdimos mucho: credibilidad, capacidad de reivindicación y lo más grave, respeto. Porque, aguantar sin protesta lo que no se debe aguantar, transforma la relación de ciudadanía en servidumbre. Y, con la indiferencia ante situaciones graves hemos perdido seriedad como sociedad. No en vano democracia significa gobierno –pero también responsabilidad– del pueblo. El caso más claro e incomprensible de aceptación sin protesta de lo inaceptable fue la declaración de inconstitucionalidad del confinamiento domiciliario impuesto por el Gobierno durante el estado de alarma, al considerar que se trató de una suspensión de derechos, más que una limitación. Aunque por lo visto, el sutil dilema suspensión/limitación cayó como agua en cesto; prácticamente inadvertido. No importó lo más mínimo que se tratara, de hecho, de un arresto domiciliario a toda la población ni que la Constitución solo permita, bajo el estado de alarma, establecer medidas restrictivas, no suspensivas de derechos. Mas lo cierto fue que con esa indiferencia perdimos más de lo que creímos. El presidente Sánchez aquí nos tomó las medidas. La prueba es que ni dimitió ni va a dimitir jamás pase lo que pase. Ya sabe de lo que somos capaces y hasta donde aguantamos sin protestar. Conoce, como máster en la materia, nuestra capacidad de resistencia. Su resiliencia es infinita. Sabe que para que perdonemos cualquier cosa basta con que se nos diga que se hizo por nuestro bien… Habíamos creído que el nuevo régimen sería la solución a todos los males. Pero cuando tuvimos la democracia en versión Constitución del 78 como hecho cotidiano, suficientemente desarrollada, pudimos percatarnos de que debíamos seguir como siempre en lo que a lucha cívica se refiere, porque esa nunca termina.

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