Una vez más y como ya es habitual, en el último minuto de la prórroga y gracias a su conocido talento literario, los franceses lograron de prisa y corriendo tejer con fragmentos, andrajos políticos y diversos guiñapos ideológicos, su célebre cordón sanitario, y frenar a su beligerante ultraderecha que ya se las prometía muy felices. Y se las sigue prometiendo, porque con 10 millones de votos y en ascenso, cada vez se necesitan cordones sanitarios más grandes, más largos y más robustos a fin de contenerles, y claro, con el continuo aumento de tamaño, esos cordones que ya constituyen la manufactura francesa más típica, se vuelven inmanejables, quebradizos y laberínticos. ¡El laberinto quebradizo! No hay otro peor, porque cambia de configuración a cada momento, y o no tiene salida, o la salida conduce a otro tramo del mismo laberinto (lo que pasa cuando un laberinto se agranda), o resulta tan brumoso (sus propias estructuras están hechas de bruma) que no se ve nada a un metro de distancia. Sí, ha funcionado una vez más, y Europa aún está aplaudiendo el cordón sanitario francés, pero mientras aplauden, algunos observadores escépticos se preguntan a qué mierda están jugando los franceses, y cuántos cordones se necesitarán a este paso para lograr uno lo bastante extenso. Más que los del corpiño y la ropa interior de madame de Pompadour, aventuran. Con el agravante de que hay que remendarlos y recoserlos cada dos por tres, pues se deshilachan y hacen añicos enseguida. ¡Ah, el cordón sanitario francés! Qué difícil, qué insustancial, qué amasijo. Y qué pesado se hace. A mí me recuerda A la busca del tiempo perdido de Proust, venga añadir volúmenes y más volúmenes, no acaba nunca. Y aunque comprendo que ahora estén muy contentos con el éxito de su cordón, y todos les agradecemos mucho a los franceses su aportación política a la alta costura del cordón y los innumerables cordoncillos, la verdad es que estos entretenimientos tan franceses pueden llegar a ser muy fatigosos. A qué están jugando, dónde van. Maupassant, cuentista breve, no habría aguantado esta política del cordón laberíntico. Sin entrada ni salida. O peor. Cuando encuentras la salida es que estás entrando.
El cordón sanitario francés
Enrique Lázaro | Palma |