Soñé que el portacontenedores Europa se hundía. Yo me encontraba en la costa, arriba de un acantilado. El graznido de las gaviotas impedía que llegaran hasta mí los gritos de la tripulación. La estampa era inquietante. El mastodonte acuático se hundía con esa lentitud propia de la aguja de los minutos. Si fijaba la vista en el buque, no parecía que nada raro sucediera; en cambio, si cerraba los ojos y los abría unos segundos después, el portacontenedores se encontraba un poco más hundido. Desde mi posición podía ver cómo la tripulación agitaba los brazos. Parecía una coreografía destinada a arrancar las risas de los espectadores. Nada hacía pensar en una tragedia. ¿Cuánto duraría aquel espectáculo? Unos aplausos empezaron a robarle protagonismo al graznido de las gaviotas. Aquellos acantilados se veían llenos de personas que no querían perderse el hundimiento. Ya fuera desde la euforia o desde el reconocimiento, todos aplaudían. Aquel estruendo se asemejaba al de las granizadas más devastadoras. Un trozo enorme de hielo impactó contra mi cabeza y desperté. Me puse en pie y me asomé a la ventana. No se veía ningún barco en el mar.
Europa
Javier Cànaves | Palma |