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Sánchez tiene suerte

| Palma |

Pedro Sánchez las pasa canutas. La derecha considera de su propiedad la presidencia del Gobierno desde los Reyes Católicos y la Santa Inquisición y el que trate de infeudarla es un okupa. Pasa un mal trago de aceite de ricino. Pero no tanto como algunos de sus antecesores. Comparado con lo que sufrieron otros presidentes del Gobierno socialistas, vive en una Arcadia feliz.

A Francisco Largo Caballero, exiliado tras la Guerra Civil, le detuvieron los nazis en Francia. No había querido escapar a México. Franco tenía encarcelados a sus dos hijos varones. El fiscal del Tribunal Supremo del Caudillo exigió su extradición por delitos terroristas. Petain no se atrevió. Intervino la Gestapo. «¡Matadme ya! ¡Acabad de una vez!», gritó Largo cuando se lo llevaban. Fue sometido a interrogatorios por el criminal de guerra Klaus Barbie y enviado al campo de concentración de Sanshenhausen, cerca de Berlín. Quien haya visitado este campo, hoy museo, y visto sus hornos crematorios, postes de tortura y salas de experimentos con humanos, puede decir que ha estado en el infierno. Allí fue internado un presidente del Gobierno de España. Vergüenza eterna para quienes lo consintieron. Liberado ya muy enfermo en 1945 por una columna polaca del Ejército Rojo, Largo se negó a ser agasajado en Moscú. Prefirió vivir humildemente en París hasta su fallecimiento en 1946.

Una década más tarde también fallecía en París el doctor Juan Negrín López, presidente del Gobierno de España entre 1937 y 1939. Franco le había desposeído de su cátedra de Fisiología. Padeció humillaciones externas y luchas internas. Al morir, pidió que en su tumba sólo se pusiesen sus iniciales, sin honores ni títulos: «J. N. L.» Nada más.

Pedro Sánchez, y visto como la España imperial ha tratado a otros presidentes socialistas, puede considerarse, a pesar de los pesares, un ser afortunado.

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