Las nuevas tecnologías han supuesto mejoras muy importantes en nuestras vidas, pero también están haciéndole un daño tremendo a algunos sectores económicos. Esto es lo que le ocurre al pequeño y mediano comercio: el cierre en cascada de establecimientos emblemáticos es estremecedor. El último de ellos ha sido Casa Canet, una de las panaderías-pastelerías más conocidas de Palma. La regentaba la tercera generación, personas jóvenes con ganas de trabajar y de sacar adelante un negocio familiar, cargado de recuerdos inolvidables. Para todos los que han pasado por este duro trance, adoptar esta decisión es muy doloroso. Especialmente, por la carga emocional que conlleva; pero, también, por lo que supone a nivel económico y profesional.
La presidenta de Pimeco, Carolina Domingo, explicaba hace unos días en Ultima Hora que el pequeño y mediano comercio sufrió un duro varapalo con la pandemia de la COVID-19, ya que los cierres y las limitaciones de movilidad dieron un fuerte impulso a la compra online. Muchas personas no han vuelto a los comercios tradicionales. ¿Quién pude competir con un simple click desde el sillón de casa? La falta de aparcamientos, la dificultad de ofrecer precios atractivos cuando se vende a pequeña escala... «El pequeño comercio está tocado, pero de muerte espero que no», señalaba Domingo.
Yo también lo espero porque el pequeño comercio aporta valor añadido a las ciudades; las enriquece... Sin embargo, son empresarios, no ONG que tienen que permanecen abiertos para dar atractivo a los centros históricos. El propietario de un conocido establecimiento emblemático de Ciutat me dijo en una entrevista: «No sirve de nada que nos enseñen como si fuésemos dinosaurios, lo que necesitamos es que la gente compre». La solución no es fácil, pero es urgente encontrar una antes de que se extingan.