En el metro, el bus, o simplemente cuando te cruzas con ellos y los escuchas y te cuesta mucho entender lo que dicen. A veces llegas a pensar que deben ser extranjeros, pero no. La realidad es que hablan nuestro mismo idioma, pero a toda velocidad. Sospecho que el origen de todo esto está en esa aplicación que tienen en los móviles que multiplica la velocidad de los mensajes de voz una vez y media y hasta dos. Hoy todo tiene que ir rápido, y esa aplicación se ha impuesto de tal forma que cuando escuchan un mensaje a velocidad normal se les hace eterno. No lo soportan. La velocidad ha arrasado al silencio y el silencio es precisamente lo que resalta el valor de las palabras. Escuchar un audiolibro a esas velocidades se carga la intencionalidad y los matices que tanto cuidado y esmero puso quien los grabó. ¿Qué queda de un poema si le quitas el silencio?
Si ya era grave la limitación cuantitativa del léxico que normalmente emplean los jóvenes, unas doscientas cincuenta palabras (Cervantes empleaba más de ocho mil), que las empleen a esa velocidad resulta preocupante para quienes amamos nuestra lengua. Los jóvenes de todas las generaciones hemos utilizado nuestra propia jerga para diferenciarnos de la de los adultos, forma parte del espíritu de rebeldía. El problema no está ahí, sino en que cada vez son menos las palabras que hoy utilizan, y las que inventan, siguiendo una moda o simplemente para que no les entendamos, no alcanzan a compensar a las que pierden. Tronco, mola o mazo aparecen siempre en sus conversaciones y las repiten una y otra vez, como aparecen también esos anglicismos que todo lo invaden y arrinconan a nuestras expresiones. ¿Quién dice hoy insignia en lugar de pin?
La jerga juvenil siempre ha buscado la propia identificación y el hacerles sentirse diferentes a los adultos. Las nuevas tecnologías les están proporcionando una nueva herramienta: la velocidad a la que hablan. Esa aplicación, TalkFaster (no podía llamarse de otra manera), está consiguiendo que lo que desde siempre había sido una diferencia generacional esté siendo un abismo al que, irremediablemente, caen las palabras y el silencio. Quizá tengamos que analizar este fenómeno con algo de perspectiva. Desgraciadamente ver que referentes como el Che Guevara o Luther King dejaron paso a Belén Esteban, Tamara Falcó, Mikecrack o Elrubius no me permite albergar demasiadas esperanzas. Los 60 de hoy no son los 40 de antes, siguen siendo los mismos 60 por mucho que los, nos, digitalicemos.