Cuentan los gurús budistas que el miedo se fundamenta y se justifica en un apego que deberíamos evitar. Un mensaje difícil de entender para cualquier isleño y que se agrava cuando el miedo se justifica en el desorden y la violencia que nos envuelven y leemos a diario. Sumemos la desconfianza en la justicia que quiere condenar a un octogenario que, en un escenario de matar o morir, sobrevive con una defensa no deseada. Lamento que su inocencia haya requerido el exquisito trabajo y estudio de mi amigo y compañero Jaume Campaner. Como también lamento que una poblera de noventa años me cuente que no solo tiene miedo a salir sino también a vivir, y lo dice tras una existencia de sacrificio entregada al campo que ha dejado sus secuelas físicas. El motivo de esta inquietud es la escalada de inseguridad y delincuencia que ha puesto a sa Pobla prácticamente cada día en los medios de comunicación. Falta orden y justicia, nuestros políticos también las han abandonado con su acción de gobierno y sin las medidas legislativas que deberían impulsar; el sistema criminaliza y persigue al que menos lo merece y deja impune o con mayores consideraciones a quienes cometen gravosos crímenes y ataques a los derechos ajenos. Ahí está la convivencia: el respeto social. Como decía el papa Benedicto XVI en un discurso al parlamento alemán (disponible en internet) la misión del político no es su éxito sino la vocación de justicia a la que se debe. Ahora no nos queda más remedio que poner alarmas y esperar que la mala suerte nos aleje de esos desaprensivos que pueden acabar con nuestras vidas o pueden infligirnos un daño, físico o emocional, que sea difícilmente recuperable. Ello ocurre cuando se vulnera la propiedad ajena y el respeto por unos bienes que tienen valor sentimental y que, sin duda, han supuesto grandes esfuerzos para conseguirlos. Hoy es muy complicado vivir sin desconfianza, no ayudan el sistema ni la educación. No extraña que todo ello radicalice nuestros pensamientos y ello nos convierte en peores ciudadanos. Problemas que sí tienen soluciones como puede ser una mayor partida en policías y cuerpos de seguridad porque al final esa presencia es la única que funciona cuando queremos combatir la criminalidad. Hay otras más controvertidas como más cámaras grabando en las calles y que poco preocupan a tanta gente de bien, que también entiende que un agente le solicite la documentación para comprobar su identidad o su situación. Nadie quiere pagar unas alarmas que ni tan siquiera son deducibles y deberían serlo porque suplen la inacción política siempre escasa, siempre tardía. A pesar de esta espiral no podemos tener miedo a vivir porque otros deciden incumplir el pacto social. Este desasosiego actual es legítimo y hay remedios si realmente queremos que nuestros mayores (o cualquiera) puedan salir a la calle. Volver a casa o permanecer en ellas. Sin intromisiones, sin encontrarlas mancilladas por quienes no merecen tantas consideraciones que últimamente les damos.
Alarmas y miedo
Juan Franch | Palma |