He sido siempre bastante clara sobre la exigencia del catalán en la medicina. Creo que debe ser un mérito y no un requisito, simplemente porque la salud es más importante que la lengua, aunque, llevado al extremo y con cierto toque humorístico, la comunicación pueda ser esencial en algunas ocasiones para no morir.
Mi postura es diferente en el ámbito de la educación, tanto para docentes como para alumnos, y eso que apoyo la libre elección de modelo educativo, un derecho interpretable en el artículo 27 de la Constitución. En la formación debería ser fundamental el aprendizaje de los idiomas, de cuantos más mejor, y, sin lugar a dudas, la diversidad enriquece. La adquisición natural de una lengua, al menos hablada, es un regalo vital y la convivencia es una extraordinaria ventaja y beneficio recíprocos.
La segregación por lenguas sería un tremendo error, una fractura para niños y familias, un fracaso social y cultural. En una comunidad bilingüe es imprescindible conocer y respetar ambas. El niño lo necesita y el profesor, por tanto, debe dominar la herramienta de comunicación. Así que en la profesión docente debe ser requisito demostrar el conocimiento, pero de ambas. Correcta comprensión y expresión hablada pero también escrita. No vale imponer una sobre la otra y mermar la capacidad del usuario en una de ellas. Y los alumnos llegan a la universidad con menos nivel de las dos cada año. Lo digo como profesora de enseñanza superior.
Pero, seamos serios, la educación ideal no se reduce a dos idiomas. Sería muy torpe que unos padres se opusieran al aprendizaje de más lenguas para sus hijos porque de ello dependerán sus oportunidades futuras, así que la educación debería ser trilingüe o cuatrilingüe. En el contexto tan competitivo como el actual, donde el Espacio Europeo de Educación Superior equipara las titulaciones universitarias de cualquier país europeo, es suicida no saber inglés, base de las relaciones internacionales. Y nuestra educación es muy deficiente en este sentido, mientras en el resto de países europeos los chavales son prácticamente nativos. Así que ellos tendrán más opciones que los nuestros.
Soy también partidaria de que el catalán sea requisito para los puestos de la Administración pública balear, para cuya consolidación como funcionariado, por cierto, debería ser imprescindible haber aprobado una oposición. No caben los atajos, los obsequios, porque vulneran la igualdad de acceso a la función pública. En este caso asumo la adhesión con cierto oportunismo, porque es la posibilidad de priorizar a los baleares en el trabajo público. De otro modo, hasta eso perderemos.