Para no creer nada hay que tener una fe extraordinaria en el entendimiento humano; para creérselo todo, en cambio, basta dejarse llevar con tranquila despreocupación. Porque total. Yo de natural no me creo nada, pero como eso exige un gran esfuerzo de la voluntad, y una fe sobrehumana como iba diciendo, y ninguna de las dos cosas me gusta nada (estoy a favor de la haraganería física y mental), a menudo descanso de mi incredulidad y me concedo unas semanas de asueto. Me da igual si algo es cierto o no, si se trata de una estafa o de una figura poética, me tumbo a la bartola cognitiva y que sea lo que Dios quiera. En Dios no creo, por supuesto, es una forma de hablar, ya que en esas siestas de la razón escéptica me lo creo todo, desde la inmortalidad del alma a la justicia fiscal, desde el libre mercado y el crecimiento indefinido a los libros de caballerías. Por qué no. Para descansar de la fatigosa incredulidad me basta imaginar el número i, que es imaginario pero fundamental en la mecánica cuántica, y equivale a la raíz cuadrada de menos uno. Que no existe. Es decir, equivale a un número matemáticamente imposible, pero necesario en ciertas ecuaciones básicas. Y si me creo el número i, un hito científico, creer siquiera temporalmente en las hadas (como Conan Doyle), en la resurrección de la carne, en la legalidad vigente y en el sistema financiero internacional, está tirado. Es facilísimo, sólo hay que dejarse llevar por el impulso de la actualidad y la inercia, que avanzan como una manada de ñus, o mejor aún, de dinosaurios en estampida. Me dirán que creérselo todo, incluidas verdades digitales, puede ser peligroso, y hacerte propenso a sufrir estafas piramidales. No diré que no, pero qué no es peligroso en la mencionada actualidad. Y mientras llega la decepción, se está mucho más descansado. Yo recomiendo creérselo todo al menos dos días y medio a la semana (sí, como un fin de semana), los discursos políticos, los amores, las leyendas, lo que dice el prójimo, todo. Y luego, si se quiere, recuperar la incredulidad con nuevos bríos. O no, si le has cogido gusto. También recomiendo habilitar pequeños espacios secretos de credulidad, parecidos a madrigueras.
Creérselo todo
Enrique Lázaro | Palma |