Hay ya tanto escrito sobre el genocidio que Israel está cometiendo con los palestinos que un artículo más viene a ser como hurgar con unas tenazas candentes en una herida abierta o como dar al dolor nuevo argumento, como dejó escrito Rodrigo Caro en su famoso poema. Duele Palestina con un dolor que rompe el alma, como también la rompe ver el papelón que está haciendo la Unión Europea. Para quienes creemos que Europa debería ser un faro de democracia y cultura, de convivencia y progreso, nos apenamos al verla convertida en una serpiente más de la cabeza de esa hidra a la que llamamos Estados Unidos; supeditada, con plena servidumbre, a sus intereses. Que no son los nuestros. Nos montaron una guerra en Yugoeslavia y ahora otra en Ucrania, a cargo, encima, de nuestros propios bolsillos.
A la presidenta de la Comisión Europea le ha faltado tiempo para rendir pleitesía a los genocidas. Francia, Italia y Gran Bretaña han prohibido las manifestaciones propalestinas, lo que es un claro recorte de los derechos de expresión y una merma de los derechos humanos. Da vergüenza. No es casual que en esos países gobierne la derecha, una derecha que antes llamábamos europea por pensarla más civilizada que la nuestra y que se equipara ya al bodrio nacional que tenemos por estos predios.
Lo ha dicho Santiago Abascal, el remedo pútrido del mercenario Rodrigo Díaz de Vivar: hay que abatirlos antes de que maten. Y lo peor es que el polvorín palestino puede ser la antesala de un conflicto más generalizado.