Toni de Cúber tenía una voz seca que salía de una sonrisa de labios hacia abajo, iluminada por ojos arcillosos, de cueva. Toni era tierra. Le conocí en una antigua fábrica de jabón. Can Puig. En Sóller, su pueblo, que tiene cada vez menos de pueblo y más de parque de atracciones para los nuevos niños del XXI, los turistas. No me ha dado tiempo a hablar de la mudanza de esta isla con quien sabía, y mucho, de los vaivenes del planeta. Toni de Cúber te has ido demasiado pronto.
No le conocí en profundidad. Ahora creo que al recordarle, quizá sí le conocí, le conocimos más de lo que pensamos. Creo que es de aquellos a quienes recuperamos en su ausencia. Y la suya es dolorosa, aunque fértil por la generosa herencia. Con él me bastaba entrar en la fábrica que convirtió en lugar de encuentro para saberme acogida, para sin decir mucho escuchar todo. Las paredes blancas, con grietas, los posos de pigmentos que brotaban de tus manos alquímicas. Tus gestos, esas manos callosas de un ser terroso. Tiznabas el papel, enrojecías la lana, volcabas semillas, buscabas, olfateabas, sonreías a hurtadillas. Siempre me pareciste un hombre de paz. Sereno.
Y juguetón. Lo supe en una de mis visitas a tu taller en Can Puig. Iba a escribir de ti y lo hice. No encuentro el escrito. Andará en la hemeroteca. En un cajón. En el de mi cabeza, resuenan los pasos subiendo al piso superior de la antigua fábrica de jabón, una mañana de luz prodigiosa, de las que regala esta isla cuando le llega el invierno. Una sala enorme llena de alfombras, acabadas, a punto de la última puntada, o aguardando su turno para ser cosida. Supe que al fin había conocido a un tejedor de alfombras mágicas. Nos reímos como niños. Me hice pompa de jabón, volé sobre una de aquellas esteras. Años después escuché a Battiato cantando sobre una especie de kilim de las mil y una noches. Todo está tejido en ese magma que es la vida. Tú lo sabías bien. Ahora quienes te conocieron lamentan la pérdida, te lloran. Te cantan.
Lugar de tambores, de palmas, de un fuego hecho en la trastienda de Can Puig en aquellas noches de cantos ancestrales, de ximbombes, de mallorquines de raíces que igual que las de los árboles se abrazan, se bifurcan en el humus, cabalgan, se ayudan, hacen el boca a boca, ¡ay los árboles que tanto precisamos! Ganas tengo de abrazarme a uno de ellos y cantar a Camarón. Su volando voy que me eleva el recuerdo de cuánto quisiste y cuidaste al pintor Miguel Ángel Campano. Sé que él fue feliz en su cháchara contigo en Can Puig, donde algunos de sus mejores grabados, junto a los tuyos y a los de Jaume Piña, fueron testigos de la plática.
Cúber se está secando. No llueve casi. Imagino a la tierra alta donde ibas a encontrarte con las ovejas, con las piedras, en busca de que la materia hablara, de escuchar el sonido en las oquedades, el de las pisadas ancestrales. Te imagino ya fundido para ser pigmento. Quizá alguien tizne su papel y a la tierra lo que es de la tierra. Descansa, Toni. Llegaste a destino.