Nos están arrebatando la democracia. Lo vienen haciendo desde hace tiempo, cuando el bobo solemne de Zapatero decidió cargarse la Transición; le debió picar la viruela revolucionaria y entre nube y nube, cuando las contaba, reescribió la historia como un cuento de buenos y malos. Dio entonces por desahuciada la democracia del 78 y se la dejó a su sucesor cuadrada para que le diera la estocada final.
La generación que consiguió transitar de la dictadura a la democracia con el mínimo de desgarraduras posibles, quienes nos sentimos orgullosos de aquel viaje de riesgos y represión, somos hoy los viejos rockeros, que contemplamos, aturdidos, como se está desmontando, pieza a pieza, el armazón de un Estado de Derecho que entre todos construimos entonces y que nos ha proporcionado mayor libertad y progreso que ningún otro periodo de nuestra historia.
La vieja guardia de la democracia nos sentimos ciudadanos españoles y demócratas antes que de izquierdas o conservadores, somos leales al proyecto político del 78 que nos integró en Europa, y a la Constitución, que nos hace libres e iguales ante la ley y no establece diferencias ni privilegios por razón de haber nacido en un u otro territorio.
El panorama que se nos presenta hoy es el de un presidente que está dispuesto a permanecer en La Moncloa a costa de satisfacer las exigencias que le imponga el proscrito Puigdemont. La primera de ellas, la amnistía para todos los que participaron en el golpe de estado liderado por él mismo, émulo de Badía y sus muchachos, que si no se libraron de la detención escondidos en el maletero de un coche como él, si lo hicieron escapando por las alcantarillas de la plaza de San Jaime el 6 de octubre de 1934, en la anterior y también abortada, declaración de independencia.
Aquel abrazo limpio y generoso que nos dimos en la Transición los hijos de quienes se habían enfrentado en una guerra fratricida y los protagonistas mismos de esa guerra hoy lo han convertido en dos trincheras donde brillan las bayonetas y ha anidado el odio.
Y aquí estamos de nuevo la generación doliente que, reumáticos y achacosos, hemos de soportar que se nos tache de momias y dinosaurios, dispuestos a resistir contra la afrenta de ver como nuestra obra es dinamitada, los artículos de la CE saltan hechos añicos y la división de poderes duerme en un vertedero. No tragamos con la milonga de que la amnistía es el bálsamo que apaciguará al independentismo irredento. Somos viejos pero no tontos, tal medida no se toma para el bien de España sino única y exclusivamente, para satisfacer las ansias de poder del césar.
Tienen que ser de nuevo, no solo la oposición sino también los viejos rockeros socialistas, quienes adviertan a Sánchez de los peligros que entraña el camino autoritario y al margen de los límites constitucionales que ha elegido. En el PSOE se ha producido un cisma histórico con la marginación, cuando no la depuración, de referentes que lo fundaron y dirigieron en la mejor época de su historia; el partido de Sánchez es hoy un socialismo impostado que nada tiene que ver con lo que representó en los años de Felipe González. Ha caído en manos de un ambicioso oportunista erigido en césar, que no admite disidencias, que lo ha convertido en una estructura de poder sin debate interno, que le ha transmitido su falta de escrúpulos y de ética, que gobierna con gente de escaso caletre y sumisión perruna, que repiten como loros los mensajes que elabora cada día La Moncloa.
Nos sumaremos a las movilizaciones contra la ley de amnistía, aun a riesgo de convalecer luego y a ser tildados de golpistas por la insultadora de turno, como han hecho con Aznar, mientras la vice Yoli besuquea a Puchi en Waterloo, el verdadero golpista.