E l nuevo Ejecutivo balear indica sus preferencias en la economía turística: levantar las medidas de contención, emanadas durante las legislaturas del gobierno anterior. El grueso de esas medidas concentraban esfuerzos en una moratoria para nuevas plazas turísticas, habida cuenta que las existentes –unas 450.000– son ya apabullantes. Pero, en paralelo, otra iniciativa aprobada por el gobierno de izquierdas se está replanteando para ser derogada: la limitación al número de cruceros –tres al día, en estos momentos–. Simplificando, la deducción de únicamente estas dos actuaciones previsibles –al margen de otras– supone una apuesta por ampliar el número de visitantes a las islas. Es decir: crecer en cantidad. Todo en un contexto en el que voces autorizadas, desde el terreno científico, advierten de las dificultades que generarían los incrementos de las temperaturas en el panorama turístico, en forma de una reducción de visitantes.
Poner más leña en la caldera puede tener sendas consecuencias: más plazas, más gente, más incremento demográfico, en un caso. O, en otro: más plazas… pero con menos visitantes por las condiciones climáticas, con lo que la construcción de nuevas infraestructuras turísticas sería, entonces, otro gran derroche inmobiliario y, por extensión, económico. Cuidado, pues, con el principio de incertidumbre. Es curioso que esta visión expansionista del gobierno conservador se avenga poco con manifestaciones de importantes hoteleros, que defendían, no hace mucho, la necesidad de regular y dosificar las plazas turísticas. Declaraciones aparentemente preocupadas por la masificación del destino balear. El contrapunto lo ofrece la Federación Hotelera que, por boca de su presidenta, ha aplaudido el giro copernicano del gobierno conservador. Se ha pasado de asentir las iniciativas del pasado gobierno de izquierdas –muy generoso con el empresariado hotelero–, a denostarlo en público y abrazar, en pocas horas, la ruta de siempre: crecer sin cortapisas. Ah, esa noción acrítica del concepto de libertad. Sintonía perfecta entre el Ejecutivo de la presidenta Prohens y la principal patronal turística. La ruta de siempre.
En el contexto: narrativas retóricas que urgen a preservar el medio ambiente. Inquietud teórica sobre el cambio climático, que imbuye la elaboración de planes poco conocidos de circularidad económica. Un relato forjado en conceptos reconocibles, a veces vacuos. Superados con las nuevas propuestas: real politik para contentar a los grupos empresariales, otrora –¿recuerdan los tiempos pandémicos?– proclives a la intervención pública en la economía, pero ahora, ay, defensores de la libertad de actuación en un mercado con cada vez más congestión en aquellos espacios litorales, objetos de deseo del turismo de masas que busca alicientes.
Más plazas, más pernoctaciones, más visitantes es una ecuación que se cerrará con más efectos-llamada demográficos. En definitiva: más gente en las islas. El denominador –la población–, en aumento; frente a un numerador –el PIB– que crece, pero menos. Con un cociente claro: una renta per cápita en descenso.