Creo que de entre todas mis amigas literarias no existe ninguna con la que guarde mayor afinidad que con Natalia Ginzburg. Es impresionante. He leído sus ensayos y sus antologías de artículos periodísticos y siempre tengo la sensación de que me están quitando las palabras de la boca. Que lo que ella dice es exactamente lo que yo pienso y hubiera querido saber escribir primero (cosa del todo imposible, ya que nació cincuenta años antes). La verdad es que podría perfectamente quedarme callada para siempre y, en caso de que alguien me preguntara mi opinión sobre cualquier cosa, remitirme a ella con un simple: ‘Véase Natalia Ginzburg'. Hay otras escritoras con las que también coincido (por ejemplo, la croata Dubravka Ugresic, cuyo libro No hay nadie en casa me maravilló y me sigue maravillando cada vez que lo abro), pero ninguna desprende su misma finura, bondad y asombro ante lo más diminuto. Ginzburg sería la portavoz de mis pensamientos. La coincidencia es casi alarmante. Yo, como ella, detesto la época en que me ha tocado vivir (si bien sería incapaz de elegir en cuál me habría gustado hacerlo); no soporto el verano –ahora viene a cuento mencionarlo–; me trastoca la abominación de negar a los niños la existencia del mal y del miedo, como lo hacen también esas pequeñas virtudes que les transmitimos por error; no sé nada de política aunque me interese; no amo el feminismo, por su visión deformada del mundo, a pesar de compartir muchas de sus reivindicaciones prácticas. No me caben aquí ni la mitad de las muestras de esa afinidad a la que me refería. Se ha publicado hace poco su Vida imaginaria. La lectura de este libro me ha reafirmado en la idea de reconocer lo importante que ha sido para mí mi vida imaginaria, aquella en la que nos instalábamos con naturalidad de pequeños y que, a veces, vuelve a nosotros. Una vida hermosa en la que, en los momentos de soledad y ocio, construíamos lugares irreales, protagonizábamos fábulas e historias inverosímiles. En ella nadie me trata mal, estoy sana, mis padres no envejecen y puedo estar tranquila junto al hombre amado. Una vida que me transporta a otro tiempo y a otro lugar fuera de aquí.
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