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Cuando se abren hoteles de lujo

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Casi todas las instituciones públicas, partidos políticos, prensa y asociaciones civiles suelen dar su beneplácito público, o al menos una aprobación callada pero explícita, cuando abre un nuevo hotel y se autodenomina «de lujo». Hay consenso sobre lo conveniente de ser «de lujo», esto es, de trabajar para los ricos, cuanto más ricos mejor. No entraré aquí en la relación de los ricos con el lujo, sino en esta otra del lujo con nosotros. Cierto malentendido hace pensar que trabajar para los ricos, para quienes pueden pagar el lujo, repercutirá en el bienestar de la mayoría de la población («goteo», lo llamaba Ronald Reagan), que acabará accediendo también al lujo. Eso nunca funcionó.

El lujo de unos es necesariamente la pobreza de otros. De hecho, sólo se puede detectar qué es el lujo por comparación con la vida de otros, los menos favorecidos. El rico exige distancia social manifiesta con el criado, con el servidor, con el camarero, con la doncella, con el chófer, con el portero. ¿Qué quieren los ricos, sino eso? El vicio del lujo, anhelado hoy por la mayoría de una sociedad infectada de consumismo, perpetúa el capitalismo: «Si quieres destruir la codicia, debes destruir el lujo, que es su padre», decía Cicerón.

Lujo significa producir –con denuedo y mal pagados– lo no necesario, lo superfluo e inútil, para que una minoría disfrute lo mejor. Segrega grandes zonas, paisajes, costas, barrios y edificios. Lujo significa entregar el alma y el territorio. Es clasista, excluyente y antiecológico, y desde el punto de vista estético, más bien hortera. Aceptar la preeminencia del lujo en los modelos de desarrollo es servilismo autoimpuesto, es confinarse voluntariamente y para siempre como criados y lacayos de los poderosos.

No se trata aquí de hacer apología del hooligan: entre el turismo de borrachera y el de lujo se abre una amplia ventana, dominada por las clases medias y que debería regirse por el confort y la calidad antes que por el exceso. Decía la escritora Ángeles Mastretta que los auténticos lujos del siglo XXI son el tiempo, la atención, el espacio, la tranquilidad, el medio ambiente y la seguridad. Añado una vida libre de servilismos y excesos y estoy con ella.

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