Su nombre nos evoca el cine de los años cuarenta y cincuenta porque de este tipo de personajes históricos extranjeros la mayoría solo hemos oído hablar a través del séptimo arte y algunas leyendas que nunca sabremos hasta dónde tienen de cierto o de fantasía. Lo que me ha llamado la atención estos días sobre Pancho Villa es que ahora se cumplen cien años de su muerte y se le están dedicando libros y artículos que tratan de esclarecer quién fue realmente este mexicano universal. Hace cien años, mis abuelos eran niños o adolescentes, España vivía bajo el yugo de la dictadura de Primo de Rivera, el mundo más desarrollado disfrutaba de los locos años veinte tras el fin de la I Guerra Mundial y los países del sur se desangraban víctimas del colonialismo. En esos años en España más de la mitad de la población era analfabeta, once de los 21 millones de habitantes que había entonces. Estábamos en plena guerra con Marruecos –los jóvenes morían a puñados–, el caciquismo dominaba la economía.
No teníamos, digamos, mucho de lo que presumir. Por eso me choca que al describir a un bandido/héroe como Pancho Villa en un medio de comunicación se diga de él que era «de clase baja, analfabeto, violento, machista y xenófobo». Porque, probablemente, esa misma descripción –tal vez podamos obviar la violencia– se podrá aplicar al noventa por ciento de las personas que vivían en esa época y en cualquier rincón del mundo. ¿No es ridículo juzgar a alguien de hace cien años con parámetros del siglo XXI? Ojalá tuviéramos acceso a una máquina del tiempo –más allá del cine, la literatura o los videojuegos– que nos permitiera, de verdad, adentrarnos en las mentes de quienes nos precedieron. Entenderíamos todo.