Las elecciones siempre las deciden las masas de ciudadanos que están dispuestas a votar tanto a la derecha como a la izquierda, dependiendo del momento. Los ‘forofos' de un bando son nefastos para la democracia porque nunca castigan a los suyos ni jamás premian a los rivales. Esos votantes que oscilan de un lado a otro jamás analizan las propuestas de la oposición. En realidad, la oposición no le importa a nadie. Cuando se vota, la pregunta siempre es la misma: ¿vale la pena que los gobernantes sigan?
¿Qué respuesta tendría esa pregunta aplicada a Francina Armengol? La gran mayoría de los votantes es incapaz de encontrar en la gestión de la inquera algo que haya sido desastroso. Cierto que tampoco serían capaces de identificar nada meritorio, porque hace años que nuestros gobiernos únicamente aspiran a sobrevivir, sin abordar ningún reto importante, no sea cosa que enfaden a alguien. Nada bueno pero tampoco nada malo, lo cual es la norma en nuestra mediocridad de provincias, lo que amerita seguir en el cargo. Es lo que diríamos ‘buena nota'. Así se presentó Francina en 2019 y ganó sin problemas.
Entonces, ¿qué cambió en estos cuatro años?
Para mí hay dos explicaciones locales de esta catástrofe nacional.
En primer lugar, la gestión alocada del Gobierno central, al frente del cual tenemos a un Pedro Sánchez que es un fenómeno de la manipulación. Un político siempre tiene que mentir un poco; pero a casi todos se les nota incómodos en esa situación. En el caso de Sánchez, es tal su relativismo, es tal su desconocimiento de la verdad, que le da lo mismo decir una cosa que la contraria casi al mismo tiempo. Desprecia al mundo, incluidos los suyos, con tal de sobrevivir. Sobran ejemplos de su soberbia. Y sobran decisiones alocadas, destinadas únicamente a preservar su cargo en Moncloa. La convocatoria de generales para julio es un ejemplo. Es intolerable la acusación a los jueces tras el despropósito de la ley ‘del sólo sí es sí'; es alocado su acercamiento a Bildu; son insultantes sus anuncios de inversiones en las autonomías durante la campaña; es incomprensible que lleve sin dormir desde que Podemos entró en el Gobierno, según nos contó. Aunque sea un asunto menor, el descaro en la manipulación de las encuestas públicas es una muestra del estilo impresentable. De manera que todo en Sánchez es incierto, por supuesto también para los socialistas. Ante ello, muchos ‘barones' y alcaldes optaron por un distanciamiento inevitable si querían sobrevivir, muy rentable en el caso de García Page, por ejemplo. En Baleares, sin embargo, Armengol y su equipo se alinearon con este disparate, de forma tan arriesgada como innecesaria. No detectaron que un matrimonio con Irene Montero, Ione Belarra y Pedro Sánchez era suicida. Y así les fue. Ponen su culo para recibir la patada dirigida a Madrid.
En segundo lugar está la reacción del Gobierno de Armengol ante las encuestas negativas a las que tenía acceso ha sido desastrosa, impropia del elevado coste que pagamos en asesores. Uno jamás ha de mostrar nerviosismo en la campaña electoral. Muy al contrario: ha de parecer convencido de la victoria, ha de mostrar seriedad y madurez. No ha sido el caso: hoy se decía que los médicos no han de saber catalán y mañana lo contrario; hoy se prometía otro tranvía y mañana miles de viviendas; se subieron los salarios de los médicos más de lo que estos pedían; se prometió la reducción de la jornada laboral y un salario universal para todos; buses, libros, vivienda, viajes gratis para todos. Una pura demostración de nerviosismo perdedor. Los equipos políticos, especialmente en la vicepresidencia, han presionado a todo aquel que se les cruzara en el camino, creando la imagen de desesperación más lamentable. Todo absolutamente innecesario.
Madrid había construido un contexto electoral tremendamente adverso, lo cual no es responsabilidad de Armengol. Pero aquí en Baleares se optó por alinearse con el jefe, por no ser críticos, por no pensar, por comulgar con ruedas de molino. Francina nunca dijo una palabra sobre la liberación de violadores, por mencionar aquello que le hubiera sido más cuestionable. Y me temo que la corte que rodeaba al Govern terminó por ignorar el entorno, por no ver el tsunami que se venía, por creer que todo se puede comprar con dinero, con regalos, con presupuesto.
Ahora vendrá lo peor: en lugar de analizar los datos y aprender la lección, ya están lanzando advertencias de mal perdedor, como si más allá del voto ciudadano, la izquierda tuviera el deber de vigilar el funcionamiento de Baleares. Menos mal que un viaje de cuatro años sin poder es muy curativo.