No por la censura, la autocensura o los imperativos de la corrección política. Aquí no hay quien satirice porque ninguna sátira, por exagerada que sea, está a la altura satírica de lo satirizado, y más que hacer burla de ello, casi parece que lo ensalzan. Malos tiempos para los críticos panfletarios, que siempre se quedan cortos y hasta resultan cariñosos. Y si la sátira social ya lo tenía mal por la extrema sensibilidad de casi todos los colectivos, y su abusiva capacidad de mostrarse ofendidos al menor roce, la personalizada en algún político o figura pública suele ser imposible, pues cualquier caricatura palidece ante la que ofrecen ellos mismos cada vez que abren la boca. Esto ya ocurría con Donald Trump, a quien nadie caricaturiza mejor que Trump. Imposible satirizarlo, y como también es totalmente inmune a la ironía, casi nadie lo intenta a estas alturas. La presidenta madrileña Díaz Ayuso hace tiempo que alcanzó ese estatus intocable, pues hasta las caricaturas más hirientes que se hacen de ella parecen muy moderadas al lado del original, y en lugar de desprestigiarla y ponerla a caldo, la mejoran y la blanquean, como si fuese un capital político. Blanqueo de capitales, en fin. El poder, que de siempre engaña y guarda secretos, parece que ya no se corta un pelo ni necesita fingir. Se muestra abiertamente como es, con desparpajo, sinceridad impostada y gran ceremonial, como la monarquía británica. Sin importarle el ridículo mayestático, pues total, como ya han comprendido hasta los agresivos tabloides ingleses, ningún sarcasmo ni burla estaría al nivel irrisorio de la cosa en sí. Y de nada sirve dejar al satirizado como un auténtico merluzo (merluzo majestuoso), pues esa faena ya la hace a diario, y mucho mejor, el merluzo en cuestión. Más aún, es la clave de su éxito. Total, que entre unas cosas y otras, aquí ya no hay quien satirice. Es cierto que se pueden satirizar las flores, los pajaritos, los osos panda o el firmamento, o matar el gusanillo satírico arremetiendo contra personajillos digitales de poca monta, pero a quién le interesa satirizar eso. A un capullo, y de los pundonorosos. No vale la pena. Sería como satirizar, no sé, los equinoccios.
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