Tengo un conocido que desprecia todo lo que huela a humanidades, todo lo que destile un tufillo a ficción, a creación artística. Menuda bobada, suele decir. Una vez le oí afirmar que eso era cosa de vagos, de gente sin aptitudes más útiles para la vida. También le vi despreciar los estudios que habían emprendido los hijos de un amigo suyo: filología e historia, creo. El tipo en cuestión tiene un cargo de cierta relevancia dentro de la empresa en la que trabaja. Maneja mucha información, muchos documentos Excel. Cuando nos vemos, siempre me pregunta por mis cosas. Mis cosas, claro, son mis libros y los articulillos que publico en Ultima Hora. Tendríais que ver la cara que pone cuando pregunta. Es esa cara que ponen los adultos cuando preguntan a un niño por sus juegos. A esa condescendencia agregadle el retintín que provoca saber que se trata de un caso perdido: a diferencia de los niños, yo no voy a cambiar, voy a seguir jugando al escondite, a los exploradores, qué sé yo. Jamás he entrado al trapo. Jamás he dejado traslucir la tristeza y la pereza que él me provoca. En ocasiones, no entrar al trapo es una forma de victoria secreta.
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